¿Derrota definitiva de ETA?
De no haber mediado la muerte de Jaddafi, habría tenido una resonancia aún mayor el anuncio de la organización terrorista ETA (Euskadi Ta Askatasuna, Patria Vasca y Libertad) sobre el "cese definitivo de la actividad armada". Si las palabras se ven confirmadas por los hechos, se está ante un punto de inflexión aparentemente irreversible, tanto en la carrera violentista de esa entidad, jalonada de cruentísimos crímenes, como para la historia de España.
El balance de su sangrienta trayectoria a lo largo de 43 años es de 829 muertos, víctimas de un fanatismo separatista que nació en 1959, con la fundación de ETA, que abrazó la vía armada a partir de 1968, con su primer atentado. Desde entonces, la violencia y la muerte pasaron a formar parte de la vida diaria de los españoles.
Aunque en el pasado ETA ofreció treguas que rápidamente sus propios miembros se encargaron de romper, el reciente anuncio parece dar más garantías. No sólo habla de un "cese definitivo" de la violencia terrorista en forma incondicional, sino que también solicita "un diálogo directo" con el gobierno para resolver las "consecuencias del conflicto". En otras palabras, esto significa revisar la situación de los presos y de los etarras en la clandestinidad.
Pero, más allá de la extremosidad o irrealismo de sus aspiraciones -aunque la aspiración a un País Vasco independiente sigue viva en grupos que pueden convocar a manifestaciones numerosas-, lo determinante en su fracaso fue la energía con que los sucesivos gobiernos españoles de todos los signos políticos la enfrentaron, sin vacilar ante el reproche ocasional de algunos respecto de esa firmeza. La galvanización del espectro político español contra la violencia aisló a dicho movimiento, y el trabajo de inteligencia e infiltración de la policía, dentro de los marcos de un Estado de Derecho, acabó desarticulando las células más peligrosas. También fue decisiva la cooperación entre las autoridades de España y Francia, que impidió que ETA siguiera utilizando el territorio galo como refugio, como ocurrió en etapas iniciales.
En una Europa en que grupos terroristas como las Brigadas Rojas, la banda Baader-Meinhof o el IRA ya son historia, ETA es un fósil muy debilitado, pero que se niega a desaparecer. Por eso, es imprescindible que las autoridades mantengan su firmeza. ETA ha ofrecido poner fin a sus atentados, pero no ha planteado su disolución ni mecanismos que garanticen su desarme. Y está la arista pendiente del derecho a la justicia de las víctimas y sus familias.
El gobierno que sea elegido dentro de un mes deberá llevar adelante esta tarea con especial cuidado. La paz parece más que nunca al alcance de la mano, pero aún no ha sido ganada.
(Tomado de Diario El Mercurio de Santiago)
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