La clase política al debe, polarización creciendo,
por Sergio Melnick.
A estas alturas, creo que estamos todos muy confundidos. Después de cinco meses de protestas aún no entramos ni un ápice a la discusión real sobre educación, y por eso vamos a un túnel sin salida. El problema en Chile no es la educación —que por cierto requiere mejoras, pero no está en una crisis—; el problema es que la discusión ha escalado sobremanera y por eso no tiene solución así como va.
La agenda que se trata de imponer incluye cambios completos de la Constitución, aumento severo de los impuestos, nacionalización de los recursos naturales, asambleas constituyentes, más intervención estatal, cogobiernos universitarios: una auténtica revolución. El presidente del Senado pone condiciones para legislar que no corresponden al Estado de Derecho. El Colegio de Profesores, dirigido por un presidente con arranques de racismo, organiza un plebiscito trucho y pretende darle legitimidad, pensando que la población es idiota. Se ha perdido completamente el respeto a la policía y el orden público. Los violentos organizados se hacen un festín en cada protesta. Los rectores de algunas universidades se rehúsan a realizar su labor y ceden a la fuerza de los estudiantes. Incluso, cierran semestres sin hacer las clases. Y el rector de la U. de Chile se niega a dar transparencia a la gestión, y es acusado por un académico de su propia casa de estudios de estar lleno de actividades lucrativas que él denuncia en otros planteles.
Todo esto es curioso, porque hace 18 meses todo parecía estable y la sociedad progresaba. Si uno observa la gestión de este gobierno, podría decir que es más bien de izquierda, no de derecha: aumento del posnatal, ingreso ético, apoyo a los jubilados, aumento de los impuestos, Sernac financiero, mejoras de la salud pública, ambiciosos planes de vivienda social. Al mismo tiempo han aumentado significativamente los empleos, la inversión y el crecimiento de la economía. O sea, estamos mejor que hace dos años.
¿Entonces qué está pasando? Bueno, la clase política está en crisis y desprestigiada. Sus liderazgos agotados. Los viejos tercios no dejan pasar a las nuevas generaciones. La Concertación sueña con el hada salvadora —que no llegará— mientras se desangra en divergencias internas, sin atinar a proponer nada concreto. Anuncian su readecuación, pero no son capaces siquiera de lograr acuerdos básicos. La Alianza no anda mejor. No tiene un real afecto societario y se desgasta en peleas internas sin destino. El Parlamento no tiene el respeto de la ciudadanía de acuerdo a todas las encuestas y el Gobierno tiene muy poco respaldo: el escenario perfecto para los extremistas organizados.
En una mirada más general, el modelo socialista del siglo 20 fracasó y perdió la batalla de la historia. Hasta los chinos lo abandonaron. A su vez, los estados benefactores europeos muestran una crisis demasiado severa, que los está obligando a drásticos ajustes. Y el sistema capitalista tradicional hace agua por todos lados, porque si bien genera riqueza, también genera enormes desigualdades, y además la complejidad de los mercados modernos es muy difícil de regular, y es preciso hacerlo.
El primer paso es que nuestra clase política se ponga las pilas. Es su deber dar gobernabilidad, mantener el Estado de Derecho y dar fuerza a las instituciones. Lagos lo tenía claro. Si todos insisten en sus recetas añejas de socialismos trasnochados o capitalismos manchesterianos, habrán evadido la nueva realidad del siglo 21. No podemos mirar al futuro por el retrovisor. Es el momento de poner un cierto orden en la sociedad; si no, simplemente nos farrearemos la democracia nuevamente. La polarización que está ocurriendo sólo anuncia tempestades si no la detenemos a tiempo.
Ninguna coalición puede aspirar a dominar completamente en las ideas. Debemos ser capaces de llegar a acuerdos razonables. En la última encuesta CERC se aprecia que la misma Concertación ha disminuido significativamente su propia evaluación de sus 20 años de gobierno, su único capital real. Eso no es bueno. A mí en lo personal me parece al revés. La Alianza debe asumir su rol de partidos de gobierno y ordenar sus liderazgos. En general, miremos la mitad llena del vaso: es más de la mitad. Ha costado llegar donde estamos; no nos dejemos seducir por cantos de sirena irresponsables.
Amigos, la Concertación y la Alianza son el 85% de la sociedad, y han mostrado por 20 años la capacidad de dar gobernabilidad y desarrollo a la sociedad. Hoy son minorías las que ponen la agenda, y es por ende una agenda de minorías, las que además están aún pegadas en el pasado.
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