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jueves, 7 de julio de 2011

Los cien mil y El Cairo, por Gonzalo Rojas Sánchez.


Los cien mil y El Cairo,

por Gonzalo Rojas Sánchez.



Los cien mil han logrado convencerse de que su proyecto, por ahora, no tiene techo.



No tiene límite en los números. Ésa es una de las características del fenómeno que vivimos hace seis semanas: unos pocos miles llegaron a la conclusión de que podían ser muchos, muchos más. Y acertaron, porque hoy son al menos cien mil, sólo en Santiago. Y la otra coordenada es que intuyen que su movimiento -sin que sepan en qué puede terminar- ciertamente avanza hacia un punto en el que estarán en juego un todo o un nada. Los cien mil se han ido potenciando tanto -en número y en convicciones-, que su propia dinámica los empuja a más y a más: a más personas y a más radicalidad. Aumentarán la presión.



Por eso mismo, se acerca la hora de una definición dramática. El espectador puede dudarlo, pero los conductores de la movilización lo intuyen, lo desean, lo buscan, lo están planificando. Hay un cosquilleo en sus conciencias que les susurra: no importa si en julio baja algo la tensión, porque del 11 de agosto al 11 de septiembre, esto no lo para nadie. De la Alameda como lugar de paso a la Plaza de la Constitución como destino final. El modelo El Cairo está disponible; lo conocen y lo van a explorar a fondo.



Al frente, en el Gobierno, no parece haberse entendido la gravedad de la situación. El Presidente afirma que "cuando se practica el diálogo franco, firme, constructivo y leal, los hombres y mujeres de buena voluntad logran superar sus legítimas diferencias y siempre alcanzan acuerdos que dan frutos fecundos".



Bien dicho, sensato, pero... los cien mil no practican ese tipo de diálogo; sus líderes no tienen buena voluntad; las diferencias que invocan se saturan de ilegitimidad, y nada les interesa menos que alcanzar acuerdos fecundos.



Y cuando a los cien mil se sumen todas esas otras fuerzas aún parcialmente dormidas... Los mineros ya moviéndose, y los trabajadores de la salud en lo peor del invierno, y los deudores de amplio espectro por fin coordinados, y tres o cuatro teclas más, perfectamente digitadas...



Es una pena tener que mirar las cosas así, pero peor es callarlas. O el Gobierno entiende que se le viene un todo o nada, que la cabeza de Lavín es sólo la penúltima, que El Cairo es un modelo de ruptura final, o seguirá pensando que, al llevar los temas al Congreso, la calle se calmará. Olvida, de paso, que la mitad de los parlamentarios observa las movilizaciones con afecto, con nostalgia, y busca encontrar en ellas su propio lugar.



Ciertamente, hay políticos en la Coalición que han entrevisto la gravedad de la situación. Larraín ha propuesto, por eso mismo, la incorporación de un partido opositor al gabinete. Pero lo que 50 años atrás parecía ayudar a Jorge Alessandri, hoy no salva a Piñera. Ni los radicales están disponibles, ni se podría gobernar con ellos, ni lograrían aquietar la calle. Diseño al agua.



Como segunda opción, Longueira. Quizás en esta hora crucial el senador tenga tanta claridad sobre lo que necesita el Gobierno como aseguró tenerla para cambiar la directiva de la UDI. Se espera, entonces, su plan de manejo de crisis, claro y fuerte. Porque si a la crítica no la sigue ahora el proyecto, mejor habría sido dejar a la UDI en su complaciente medianía. Hoy ya no se trata de relato, sino de rescate. Si le harán caso o no, ése es otro cuento.



Queda siempre disponible, finalmente, el diseño de Allamand. Desde su observatorio en el interior mismo del régimen, desde una posición privilegiada que supo cultivar, es el único que puede influir de verdad para que ahora, ya, se produzca un giro decisivo en el modo de enfrentar la crisis.



Pero ¿podrá proponer los cambios necesarios sin implicarse como el delfín del nuevo diseño?


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