¿Y todo para qué?,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Si la directiva de la UDI tenía o no atribuciones para reemplazar a varios de sus integrantes, sin mediar una nueva elección, ese no es el problema.
Si Juan Antonio Coloma debía o no renunciar junto con quienes lo acompañaron en su última candidatura, ya que su mandato presidencial habría sido sobrepasado por una maniobra audaz, ese no es el problema.
Si las generaciones jóvenes de la UDI, representadas en parte por los miembros de la directiva que han debido abandonarla, deben llegar o no a la conclusión de que su acceso a la conducción del partido sigue clausurado, ese no es el problema.
Si Pablo Longueira ha decidido finalmente ocupar desde la derecha el vacío que Enríquez-Ominami ha dejado desde la izquierda, es decir, un liderazgo en sintonía con la calle, ese no es el problema.
Si la UDI como partido, si la Coalición como alianza de gobierno, si la Presidencia de la República y todos los organismos dependientes comunican bien o mal, ese no es el problema.
Pero, incluso, ¿es que hay un problema? Por cierto, y de gran magnitud, como para que la UDI haga un cambio rotundo de directiva; Coloma se quede responsablemente al frente cuando parece haber sido dejado de lado; los jóvenes casi no aleguen, a pesar de su evidente desplazamiento; Longueira hable ya dos sábados consecutivos por más de tres horas en cada ocasión y en tonos apocalípticos; el Presidente Piñera se allane a discutir mano a mano con sus partidarios más críticos.
Hay un problema, pero no tiene que ver ni con mesas directivas, ni con jóvenes, ni con comunicación, ni con largas y proféticas peroratas, ni con diálogos de recriminaciones cruzadas. Es el más grave y terrible de los problemas, y mientras no se lo reconozca, no habrá búsqueda de soluciones. Es, simplemente, este: ¿Para qué gobernar?
Sentido, proyecto, finalidad: eso es lo que falta. ¿Relato? ¿Y cómo se va a contar, cómo se va a relatar a los demás aquello que no está claro, unitariamente claro, ni siquiera en la mente de quienes escriben el día a día de esta novela llamada Gobierno?
Decenas de veces se oyó reconocer a quienes asumían el Ejecutivo el año pasado, en pasillos y matrimonios, tomándose un café o en el metro, que... no estaban preparados para gobernar. Esa confesión, hecha por personas notables por su afán de servicio y por sus sacrificios personales, tampoco apuntaba al fondo. Se referían a que quizás todo había sido muy apurado, hablaban de falta de pulcritud en la así llamada "instalación", pero carecían de conciencia profunda sobre algo más decisivo: la intención. Muchos de los nuevos administradores simplemente no estaban preparados para asumir sus tareas, porque no conocían el para qué de sus labores. Y ahora, 15 meses después, el problema sigue siendo ese para qué.
Porque las mentes tecnocráticas, las cabezas instrumentalistas, no se hacen cargo a fondo del sentido, de la finalidad. Da lo mismo que sean ingenieros o sociólogos, abogados o economistas: donde no hay mirada finalista, sólo puede haber medición por las encuestas o control por los expertos. Las decisiones energéticas se toman entonces de modo errático; las modificaciones educacionales son apenas instrumentales; los proyectos de uniones irregulares apuntan a beneficiar el defecto; las reformas políticas se parchan en beneficio de los intereses electorales...
En buena hora, entonces, la crisis de estos días, porque servirá para formularse las preguntas intermedias: ¿Para qué se reorganiza la UDI? ¿Para qué se pone nerviosa la Coalición? ¿Para qué se reactiva el Presidente?
Paradójicamente, la respuesta sólo puede venir desde fuera de los partidos, desde fuera del Gobierno, desde fuera de la política.
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