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jueves, 9 de junio de 2011

El Presidente tiene quien le escriba, por Gonzalo Rojas Sánchez.


El Presidente tiene quien le escriba,

por Gonzalo Rojas Sánchez.

Exagera quien sostenga que el Presidente Piñera se ha quedado solo, porque lo aprueba sólo un tercio de los ciudadanos, porque los ministros no le siguen el paso, o porque sus partidos apenas lo secundan. Exagera, pero al menos se asoma a una tendencia: el Presidente tiene problemas de compañía...





Sin duda, aún le quedan muchos recursos para recomponer relaciones y vínculos, pero hay uno que podría explorar con más frecuencia: la lectura.





"Leemos para saber que no estamos solos". Se lo dijo a C. S. Lewis un alumno en "Tierra de sombras". ¿Habrá repasado el Presidente durante estos meses los textos de los grandes estadistas? ¿Conoce sus problemas y sus dramas como para colocar las dificultades de Chile en perspectiva?





Quizás no; quizás cree que bastan el segundo piso, una asesoría comunicacional más fina y una nueva presencia en terreno. Más de lo mismo, más de lo instrumental.





Pero si leyera a Vaclav Havel, Presidente de Checoslovaquia y de la República Checa (1989-2003), Piñera se sentiría mucho más acompañado, aunque también fuertemente desafiado.





Encontraría en Havel la conciencia de la grandeza de la tarea. "Tengo la responsabilidad de trabajar por las cosas que considero buenas y correctas; no sé si podré cambiar ciertas cosas para mejor, o no lo conseguiré en absoluto; los dos resultados son factibles; sólo hay una cosa que no estoy dispuesto a admitir: que no tenga sentido esforzarse en una buena causa", afirmaba en 1993, al comenzar su segundo período presidencial. Y junto a esa grandeza, recordaría el Presidente Piñera la necesidad de dudar sobre sí mismo, condición que no parece haber desarrollado.





También podría sentirse comprendido al conocer la magnitud de los desafíos que Havel enfrentó: "Una enorme y deslumbrante explosión de cada vicio humano imaginable; una amplia gama de tendencias humanas cuestionables o, al menos, moralmente ambiguas, sutilmente fomentadas a lo largo de los años". Análoga ha sido la experiencia en Chile: una creciente y generalizada regresión a la incivilidad y unos administradores concertacionistas que -lo ha dicho Enrique Correa- muchas veces entendieron el Estado como un botín.





Havel le marcaría también a Piñera un estilo personal, eso que para la percepción ciudadana es tanto o más importante que los gráficos y los rankings. Decía el checo: "Debo empezar conmigo mismo; esto es: en toda circunstancia, esforzarme por ser una persona decente, justa, tolerante y comprensiva, al mismo tiempo que intento resistirme a la corrupción y al engaño". El Presidente chileno es ciertamente percibido como decente, amante de la justicia y honrado, pero ¿por qué no se lo ve como tolerante y comprensivo?





Muy importante sería Havel, además, para mostrar la necesaria orientación humanizadora de un buen gobierno. Hay que "hacer todo lo posible para mejorar el nivel cultural general de la vida cotidiana; a medida que se desarrolle la economía, esto tenderá a pasar de todos modos; pero no podemos confiar sólo en ello; debemos dar inicio a un programa a gran escala para elevar las normas culturales generales". En esto, poco y nada se ha avanzado, ya que la cultura parece reducida a unos fondos concursables, mientras se estimula el despliegue de hábitos humanamente dañinos.





Y sobre sus equipos, Havel tenía el panorama muy claro: "La ciencia, la tecnología, la pericia y el llamado profesionalismo no bastan; algo más es necesario; lo que se necesita podría llamarse espíritu, o sentimiento, o conciencia".





Es lo que Piñera requiere: un desafío que venga desde dentro, alto en ideales y profundo en convicciones. Lo otro, lo instrumental, que se ajuste.