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sábado, 18 de junio de 2011

«Cara de barro», por John Biehl del Río.


«Cara de barro»,

por John Biehl del Río.



Como jerga de habla hispana y reconocida como tal por la autoridad de la lengua en lejano país, el apellido de esta cara no es grosero ni machista, como el que se suele usar en Chile para calificar, en conversaciones cotidianas, a quien se considera descuidado o sinvergüenza en sus decires o acciones.



Las encuestas de opinión influyen exageradamente en nuestro quehacer político. De manera alguna contienen información suficiente ni respaldo serio para el juego que se inicia entre los principales actores aludidos cuando se conocen sus resultados. El último ejercicio de Adimark hizo que muchos se soltaran las trenzas, olvidando por completo sus responsabilidades para con el país y su buen gobierno. Así, pedían cambio de gabinete quienes, medidos por la misma vara de las entrevistas, no llegaban siquiera a un tercio del apoyo que sustentaban sus pretendidas víctimas.



Le pese a quien le pese, la valoración de los miembros del gabinete sigue siendo enormemente superior a la de todos aquellos que han pedido su cambio. Por ello, para ser noticia, buscan utilizar frases o ejecutar acciones desproporcionadas, sin reparar que, siguiendo la misma lógica, son ellos los que deberían presentar sus renuncias.



¿Será que están desesperados con caras nuevas y exitosas en la política? ¿Quieren, en la actividad que ellos desarrollan, solamente a quienes pintaban paredes o pertenecían a familias o partidos políticos como activistas? ¿No toleran una mujer inteligente como vocera? No se puede ignorar que la enorme mayoría de votantes no pertenecen a partidos políticos y que el Parlamento es, por esencia, el lugar donde debe estar representada la democracia para toda la ciudadanía. Cuando se transforma en una mera lucha de poder en que los propios intereses de los parlamentarios están por encima de los mandatos y sentimientos ciudadanos, se está ante una gravísima transgresión.



En un comienzo, la prudencia llegó hasta la resignación más humilde para poder reiniciar la vida democrática y restablecer, con ello, el pleno respeto a los derechos humanos. Hasta el propio Pinochet quedó como garante, para la algarabía de quienes le habían apoyado en su golpe y en sus excesos, disfrutando, además, de la repartición de bienes. La política fue transcurriendo, siempre con la tolerancia al frente. Se fueron desmembrando las barreras inaceptables de un pasado de olvido imposible, de perdón doloroso y de reconciliación sincera, en el contexto de un pluralismo de pensamiento y acuerdos en la acción que harían fuerte la gobernabilidad en democracia.



Ese es el corazón mismo de lo que fue el gobierno de Patricio Aylwin. Hoy hemos llegado al punto en que esa Concertación se ha transformado en caja de resonancia para quienes buscan desunir, dividir. En la Alianza que apoya al Gobierno no es muy diferente. Allí ha resucitado el llamado al incienso y se teme a la impostergable necesidad de distribuir mejor riquezas e ingresos. Si hay algo claro, es que Chile no necesita retornar a la política de los extremos. Ese fue su “haraquiri”.



El impresionante trabajo de la Concertación y sus diferentes gobiernos ya es parte de la historia. Ojalá pidamos siempre una nueva forma de gobernar capaz de hacer las cosas mejor. La ciudadanía parece haber dado la bienvenida a ese mensaje. Quienes han rehuido a continuar buscando los acuerdos están alejándose de esa magnífica obra de transición a la democracia. Hoy corresponde al gobierno de la Alianza continuar perfeccionando esa tarea. Sin tapujos, se trata de revertir la concentración de la riqueza y acortar, sustancialmente, las desigualdades en el ingreso, tema que la Concertación no enfrentó, por estimar que había valores superiores por defender.



Hay indicios serios de que el Presidente de la República ha buscado una independencia que permita una vía diferente, reconociendo que veinte años no han transcurrido en vano para nadie. Sorpresivamente, han desaparecido los líderes de la tolerancia y el espíritu de compromiso en la Concertación. Obligar al Presidente a cerrar filas con el pasado para poder gobernar sería un retroceso grave.

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