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martes, 7 de junio de 2011

Perú y el miedo, por Cristina Bitar.


Perú y el miedo,

por Cristina Bitar.





La voluntad del pueblo peruano se expresó en un proceso democrático en el que escogió a Ollanta Humala como el próximo presidente. Atrás quedó la polarizada campaña; ahora el Presidente electo deberá apostar por entregar tranquilidad y reconciliación, como gesto proactivo para intentar liderar un país dividido, que puede representarse entre Lima y las provincias, o entre la clase más acomodada y los que aún no tienen acceso a los servicios básicos.



Pero lo que está claro es que anoche ganó el miedo. Esta frase es válida incluso sin importar cuál haya sido el resultado. En el caso de aquellos que apoyaron a Fujimori, el miedo tenía que ver con desviar al Perú de la senda de crecimiento y desarrollo que viene llevando en los últimos 10 años. No era un miedo infundado. Humala construyó en su anterior campaña una insana relación con Chávez, apoyó el golpe de Estado que trató de propiciar su hermano y, finalmente, presentó un programa de gobierno en primera vuelta que reflejaba, punto por punto, una senda de retroceso para el país. Pero él mismo comprendió que ése no era el camino. Su referente en esta elección no fue Chávez, sino Lula. Su plan económico entregado a la Oficina Electoral al inicio de su campaña fue revertido punto por punto, y él mismo se encargó de asegurar que su nacionalismo no se reflejaría en una relación de discordia con los países vecinos.



Pero el miedo que resultó más fuerte fue aquel que se sintió contra Keiko. Su programa era el que traía mayor continuidad con el modelo económico y su propuesta era la que prometía mayor estabilidad en la relación del Perú con sus vecinos. Sin embargo, el recuerdo de su padre está demasiado fresco. Perú es un país que nunca ha sobrevivido más de 12 años seguidos en democracia, y la actual marca de 10 parece ser demasiado importante. Ya lo había dicho al terminar la primera vuelta: ésta iba a ser una elección que se iba a mover en una dicotomía entre más democracia o más crecimiento. Keiko iba a tratar de mostrar a su contrincante como un riesgo para el crecimiento. Mientras, Humala iba a apelar al trágico récord de violaciones a los derechos humanos que dejaron Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Claramente, el que ganó en implementar el miedo fue Ollanta, y triunfó en las elecciones.



Pero, ¿qué ocurre en un país que lleva dos gobiernos moderados y exitosos en sus políticas económicas, para que ninguno de los candidatos que representaban esas tendencias haya podido pasar a segunda vuelta? La respuesta está en los partidos, o en la falta de ellos. La crisis política no sólo se refleja en que la ciudadanía debió elegir entre dos candidatos extremistas, sino en que no hay partidos fuertes y con historia que sean capaces de resumir y representar sus intereses. Al final, la realidad política del Perú se alimenta de liderazgos personales. Le pasó al APRA con Alan García y es probable que le ocurra a Gana Perú bajo el mandato de Humala. Si los peruanos quieren dejar de votar con miedo, tienen que reconstruir, desde las cenizas, un sistema político en crisis, y otorgarles legitimidad a sus partidos, más allá del caudillo de turno.



Los dos grandes desafíos de Humala, entonces, son continuar por la senda de progreso económico y tratar de darle un sentido de estabilidad al sistema político peruano. Ese camino está lleno de incertidumbres y no hay recetas mágicas. Una primera señal sería dar a conocer lo más pronto posible el equipo que lo acompañará al Palacio Pizarro. Esta insistencia ha venido no sólo de los más temerosos, sino que de gran parte del espectro político y económico, dado que el interés por mantener la senda de crecimiento y desarrollo de los últimos 10 años es transversal.



Obviamente, las circunstancias políticas particulares de esta elección no restan ni un ápice de la legitimidad de Humala como nuevo Presidente electo del Perú. Su triunfo demuestra que, a pesar de la crisis política, las instituciones funcionan y la democracia se mantiene en pie. Pero si se desmarca de sus posiciones moderadas de segunda vuelta, puede que el panorama sea otro. Asimismo, Ollanta ha debido moderar su nacionalismo antichileno y ha planteado una relación más de confianza con nuestro país. Sus credenciales ya están a la vista y sus posiciones más extremas son conocidas. Lo único que queda es desearle al futuro Presidente del Perú un buen gobierno y esperar que recuerde siempre que no sólo es el gobernante de aquellos que votaron por él, sino también de aquellos que le tuvieron más miedo.


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