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jueves, 30 de junio de 2011

Boeninger y Burr, por Gonzalo Rojas Sánchez.


Boeninger y Burr,

por Gonzalo Rojas Sánchez.



Malestar, mucho malestar.



No hay que mirarle la cara a la gente para darse cuenta de que en este 2011, la mitad de año se presenta con fastidios más propios del fin de temporada. Y lo peor es que se entiende poco lo que pasa consultando sólo a las encuestas, a esas tablas y gráficos que ponen en números los efectos del enojo, pero que no dan cuenta de sus causas.



Para encontrarlas, se debiera acudir a las reflexiones, a los libros. Ahí podrían aparecer también algunas de las mejores soluciones.



Pero, vaya novedad, en Chile se lee muy poco. En un país con escasos títulos publicados, con pocos ejemplares por edición, con tiradas raramente agotadas y, lo peor, con muy pocos libros efectivamente leídos, no extraña que las obras relevantes tengan mínima importancia. Lanzamiento, reseña, compra y olvido son las etapas que marcan este triste proceso.



La clase política dice estar leyendo esto o lo otro, pero con frecuencia es muy poco y de carácter efímero lo que los políticos consultan para entender a Chile. No citan, no vuelven sobre obras importantes, no las contrastan unas con otras. Ciertamente se conocen excepciones (Rodrigo Álvarez, Ignacio Walker, Carlos Larraín, entre otros), pero qué escasa es su influencia en un ambiente pobretón, ramplón, en el que pesan más los "yo siento que", esas afirmaciones simplonas de pura base afectiva o ideológica.



Hace un año y medio Edgardo Boeninger publicaba "Chile rumbo al futuro"; ocho meses atrás, Sebastián Burr entregaba "Hacia un nuevo paradigma sociopolítico". Encuesta rápida: ¿Cuántos políticos chilenos leyeron ambas obras completas? ¿Cuántos pueden hacer hoy un breve resumen de sus contenidos sin tener a la vista el ejemplar? ¿Cuántos podrían explicar el contraste tremendo entre ambos libros? Se abre cuaderno de respuestas.



Y si las contestaciones fueran desalentadoras, se anima entonces a una lectura primeriza, ya que nunca es tarde para reconocer que se está participando en la vida pública ligero de equipaje, a veces, casi desnudo.



¿Con qué se encontrarán los lectores? Con un Boeninger maduro y ponderado, pero que se interesa muy poco en la dramática crisis que se asoma hace ya décadas y que hoy explota en Plaza Italia y en Alhué, en Ercilla y en los liceos tomados, en el dinero plástico y en la natalidad sin familia.



Desde las categorías de lo que él llama su "liberalismo social", apenas logra diagnosticar y, al momento de proponer, ofrece más de lo mismo: economía de mercado regulada, relaciones laborales modernas, nuevo contrato social, protección social, modernización del Estado, todo basado en grandes acuerdos transversales. Suena conocido, suena a Concertación, suena a pasado.



En paralelo, Burr entra con detalle y fundamentación a todas las coordenadas del drama patrio. Va pasando tema por tema y en cada uno profundiza todo lo que puede -mucho en varias materias-, hasta toparse con un alma nacional tan fracturada y doliente, que llega a afirmar que el ciudadano chileno se caracteriza por la "violencia de la necesidad". Anuncia, de paso, los grados de crispación y agresividad que estamos viviendo y la triste posibilidad de nuevos liderazgos populistas o violentos.



Pero cuando llega el momento de proponer, hay aterrizajes tan lúcidos como exigentes, tan experimentados como novedosos, porque articula tradición e imaginación. Suena bien; y no es la Coalición.



Por eso, en casi todas las materias conflictivas, Boeninger se mueve en lo previsible, mientras que Burr avanza hacia lo audaz. Toda una señal de lo que va a ir sucediendo en Chile si el conservantismo logra mostrarse como una articulación coherente y eficaz, desde y para la persona humana.

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