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miércoles, 15 de junio de 2011

Errar el diagnóstico, por Gonzalo Müller.


Errar el diagnóstico,

por Gonzalo Müller.

Hay un claro malestar de la ciudadanía con la clase política, un sentimiento que golpea a gobierno y oposición. Se ha manifestado con fuerza en las manifestaciones y más aún en las encuestas, donde se cuestiona la legitimidad de las autoridades por su incapacidad de dar solución a los temas y necesidades que la sociedad considera urgentes.



Así, la ciudadanía constata que importantes beneficios sociales, como el posnatal y la rebaja del 7% a los jubilados, se ven entrampados y detenidos por un clima de enfrentamiento, más propio de la política partidista que del legítimo debate en torno a la mejor forma de avanzar con estos proyectos en el Congreso. Sin duda un espectáculo que resulta caldo de cultivo y razón suficiente para alimentar el desprestigio en que continúa cayendo nuestra política.



Pero, a pesar de esto, la Concertación pone su diagnóstico en la necesidad de cambios a la institucionalidad política, y responsabiliza a las reglas del juego electoral y al empate que se produce en las fuerzas parlamentarias, del inmovilismo en que va cayendo la agenda pública. A partir de dicho diagnóstico, su discurso lo centra en cambiar el sistema electoral, aumentar el número de senadores y financiar a los partidos políticos.



Pero lo cierto es que la crisis de representatividad que viven las colectividades apunta a su escasa sintonía con los temas que movilizan a las personas, a la falta de participación de sus bases en las decisiones, y a la escasa capacidad de sus directivas para liderar y ordenar a sus parlamentarios, de modo que respeten los acuerdos alcanzados.



Los partidos políticos son fundamentales para la democracia, pero su legitimidad va indisolublemente asociada a su capacidad para cumplir su rol de representación. Si una parte de la ciudadanía decide marchar, es porque no ven en los partidos canales de expresión de sus posiciones. Esto, en buenas cuentas, habla de desconfianza hacia los políticos y su rol más clásico de intermediación.



Frente a ello, sin embargo, la Concertación insiste en seguir culpando a la cancha del pobre desempeño de los jugadores, una acción irresponsable, pues supone no reconocer la responsabilidad que esos mismos «jugadores» tienen en esta crisis. Sin duda hay espacio para avanzar en el perfeccionamiento de nuestra democracia y lograr mayor participación y transparencia, y en mejorar el acceso a los cargos de representación, pero, si no hay un cambio de actitud de los partidos, sólo veremos incrementar el costo y el número de los parlamentarios.



Si los partidos y sus congresistas fueran capaces de, mediante el debate y el respeto de las diferencias, avanzar y concluir aprobando proyectos que fueran en beneficio directo de la ciudadanía, sin duda que el clima político sería distinto.



Saber escuchar a la gente es un primer paso para quien quiera verdaderamente corregir el camino. Reconocer con humildad los errores y estar dispuesto a enfrentar los costos de mirar más allá de los intereses de cada sector, asumiendo como propias las prioridades de las personas, son requisitos indispensables para alcanzar verdaderos acuerdos y consensos, y no terminar cayendo en pequeñas negociaciones.



Poner por delante los intereses del país ha sido siempre el sello de los estadistas, aquellos políticos que tienen la capacidad de entender que hay momentos en que el país demanda una actitud distinta, y que saben reconocer el peligro de estirar sin límite el enfrentamiento. Es por esto que son ellos los que terminan liderando a la sociedad.

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