De las «neo» a las clásicas manifestaciones,
por Gonzalo Müller.
A partir de las marchas en contra del proyecto HidroAysén, se hizo patente el concepto de una nueva ciudadanía empoderada, que más allá de los partidos hacía sentir su opinión. Estas neo manifestaciones asociadas a las redes sociales y las mayores facilidades de organización, habían provocado que las convocatorias fueran transversales y amplias.
A su vez, las manifestaciones estudiantiles, que también se habían asimilado a estas nuevas expresiones sociales, ponían sobre la mesa demandas de mayor calidad de la educación y la necesidad de corregir un sistema de educación superior que producía desigualdades tanto en el acceso como en las ayudas estudiantiles: temas de amplio impacto y capacidad de movilización, que lograron hacer salir a las calles a más de 80 mil estudiantes.
Esto provocó que las autoridades de gobierno, desde el Presidente Piñera hasta el ministro de Educación acogieran esas demandas, por considerar que apuntaban a problemas reales que vienen enfrentando las familias durante demasiado tiempo, y abrieran la puerta a un diálogo que permitiera avanzar en una profunda reforma del sistema de educación superior.
Pero el mismo éxito de las movilizaciones ha generado que los dirigentes de los estudiantes, acompañados permanentemente por el presidente del Colegio de Profesores, dieran un giro en el énfasis de la discusión, poniendo cada vez más el acento en una mirada más ideológica, pasando de la defensa de la educación pública a la estatización de la educación, como la gran solución a los problemas. Como creyendo que este simple cambio de sostenedor tuviera algún impacto en la calidad de la enseñanza que están recibiendo nuestros jóvenes, y que debiera ser la verdadera preocupación.
También la atención mediática que las tomas y marchas han provocado ha afectado la manera como los dirigentes estudiantiles han tomado sus decisiones, provocando críticas al interior de la Confech por el excesivo protagonismo de algunos de sus líderes, convertidos en verdaderos rostros de las movilizaciones. Así como se vio la predominancia de los dirigentes vinculados al Partido Comunista por sobre aquellos con militancia concertacionista, ahora se empiezan a dar señales de que pasamos rápidamente de las manifestaciones ciudadanas a la captura de éstas por los partidos de izquierda.
La insistencia en continuar en la lógica de las tomas y marchas habla de que los estudiantes y quienes los acompañan no estarían verdaderamente abiertos a dialogar, si sus demandas no son recogidas exactamente como se plantean. Ello lleva a preguntarse por la legitimidad social de estas demandas y el apoyo político que pudieran tener de llegar al Congreso. Tratar de imponer una agenda educativa ideologizada, que no ha pasado por un debate amplio, es una pretensión excesiva y que desvirtúa el fondo de las demandas que dieron origen al propio movimiento estudiantil.
Los estudiantes deben entender que el apoyo inicial a sus demandas y la posibilidad de avanzar en una verdadera reforma al sistema de educación superior se pone en riesgo de no estar dispuestos a buscar puntos de acuerdo y mantenerse en permanente conflicto con la autoridad. La imposición por la fuerza sólo debilita la democracia.
Volver a las demandas originales de mayor calidad de la educación y un apoyo económico más justo a los estudiantes: ése es el centro del debate. Al mismo tiempo, es el camino que debieran seguir el Gobierno y los estudiantes, y no extender más tomas y protestas que sólo causan un daño a la misma educación que se quiere proteger.
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