¿Que pasó con Van Rysselberghe?,
por Eugenio Guzmán.
La renuncia de Jacqueline van Rysselberghe es el desenlace de una historia compleja, en que se mezclaban desde aspectos electorales —por ejemplo, la amenaza que para el senador Alejandro Navarro significa una eventual postulación de la ex intendenta— hasta conflictos previos a las denuncias entre dirigentes de RN y de la UDI con ella, los que en el caso de los primeros cada vez fueron escalando con mayor fuerza en el transcurso de estos meses.
En definitiva, resulta poco creíble para cualquiera que el fondo del asunto fuera, como muchos hubiesen querido, un problema de transparencia, probidad o principios. Si bien podía serlo, a la luz de los alineamientos y los actores involucrados, el tema era político. Lo curioso es que el mundo conservador, léase Larraín y Ossandón, terminaron trabajando para el mundo liberal, esto es, Eguiluz, Rubilar y Sauerbaum.
Pero, ¿qué revela todo este episodio? Lo primero, como ya dijimos, es que se trata de un tema político. Segundo, algo que para nadie tampoco es novedad: este matrimonio por conveniencia que es RN y UDI, de tanto en tanto, hace crisis y después pacta nuevos acuerdos, en los que aparentemente todo queda resuelto; es decir, después de que los partidos se lo dicen todo, se llega a acuerdos (electorales), lo que al ciudadano común le cuesta entender. No obstante, la trayectoria de la Coalición por el Cambio (séptimo nombre en 20 años) deja en evidencia que dichos acuerdos no tienen la profundidad que se anuncia, puesto que aun hoy día, en el mejor de los mundos, teniendo el gobierno y con una Concertación en la UCI, el conflicto resurge nuevamente.
¿Qué explica todo esto? No es mi propósito extenderme en este punto, puesto que son muchos los factores: carencia de protocolos para resolver disputas; falta de una actitud para evitar ventilar los conflictos por la prensa; desencuentros entre los “machos alfa”; déficits de confianza entre sus principales dirigentes; el hecho de que sus dirigentes provinieran de troncos políticos cuyo alineamiento respecto del régimen militar fue distinto; el que por años no existieran incentivos a mejorar el trabajo conjunto y evitar conflictos, como consecuencia de que las posibilidades de ser gobierno eran mínimas; el miedo a que mientras más unidad existiera menor peso tendrían los partidos y sus dirigentes, lo que se podría haber traducido en mayor recelo; el que sus dirigentes en cualquier momento pueden retirarse de la actividad política y dedicar sus esfuerzos a actividades privadas, etc.
Otro factor que se revela tiene que ver con Carlos Larraín. En efecto, su peso en Renovación Nacional es cada vez más significativo (casi total) y su designación como senador le ha entregado aún mayor poder, pero no sólo en el partido, el que ya estaba consolidado, sino que frente al Gobierno. Esto último tiene particular relevancia, puesto que el enroque Allamand-Larraín en el Senado en modo alguno ha significado un mejoramiento para las relaciones entre el Gobierno y la RN de Larraín, y la Alianza en general. Larraín no obedece necesariamente a cánones tradicionales: sus motivaciones son distintas. De hecho, su cambio de opinión sobre la designación de parlamentarios y la aceptación de ésta lo reflejan; más aún lo muestran su insistente crítica hacia quienes considera que no responden a sus “ideales políticos” (por ejemplo, Lavín y Bachelet) y hoy parece ser que Piñera podría integrase al grupo. Y es que Larraín (timonel del partido del Primer Mandatario), a pesar de la decisión del Presidente de la República de mantener a Van Rysselberghe, insistió en cuestionar la autoridad presidencial, escalando el conflicto.
Si bien es probable que después de este episodio todo vuelva a la normalidad y comience un nuevo ciclo (ojalá sin cambio de nombre nuevamente), la verdad es que faltan dos procesos igualmente complejos que sufrirá la Coalición: las elecciones municipales y la presidencial.