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viernes, 15 de abril de 2011

La importancia de un porqué, por Felipe Cubillos.


La importancia de un porqué,

por Felipe Cubillos.



Ha transcurrido algo más de un año desde que formamos el movimiento «Desafío levantemos Chile»; nació en los escombros de Iloca, como una respuesta al drama que vivían miles de familias chilenas después del terremoto y maremoto del 27 de febrero. Si bien es cierto que este movimiento tuvo la efectividad y cercanía para materializar la construcción de colegios, jardines infantiles, apoyar a pescadores y pequeños comerciantes, y muchas otras realidades, la gente nos pregunta hoy si perdurará en el tiempo.



La pregunta es válida; nuestra respuesta, dado que somos unos optimistas incorregibles, es sí. Y este sí no es simplemente una declaración de voluntarismo, sino que tiene un fundamento conceptual.



En cada actividad que hacemos los hombres libres, solemos preocuparnos del cómo y del qué hacemos, pero lo que definitivamente más nos debe interesar es por qué lo hacemos. De hecho, las empresas más exitosas en la historia del emprendimiento son aquellas que en algún momento se han hecho esta simple pregunta: por qué lo hacemos. Las instituciones que tengan como eje central el porqué asegurarán su permanencia y competitividad en el largo plazo. Soy un convencido de que lo que mueve al mundo, tanto a personas como instituciones, es la trascendencia, la búsqueda de sentido a lo que hacemos.



Y la trascendencia es válida para los movimientos religiosos, políticos, sociales, económicos y también personales. Es que si no le encontramos sentido a lo que hacemos, lo más probable es que, frente a las dificultades que vayamos encontrando en el camino, no tendremos la fuerza suficiente para sortear esos obstáculos. Por eso creo que, cuando las instituciones se centran en objetivos que hablan sólo del cómo hacerlo (con transparencia, con cercanía, con eficiencia, por ej.) o del qué hacer (traspasar recursos de unos a otros, regular los procesos, aumentar las utilidades, que más gente adhiera a nuestras creencias, por ej.), pero no se preguntan, o han dejado de hacerlo, el por qué lo hacen, entran definitivamente en crisis.



En este tiempo de cambios nos ha tocado trabajar mucho con la juventud, y tiendo a pensar que ahí está nuestra verdadera reserva moral. Es que es ahí donde nos preguntamos acerca de la trascendencia, de qué vamos a hacer con nuestra vida, qué hacemos en este planeta, y todavía soñamos con cambiar el mundo. Y ojo, que cuando hablo de juventud no sólo hablo de una etapa cronológica de nuestra existencia: me refiero a ella más como un estado de la conciencia personal, donde todavía creemos que está en nuestras manos el cambiar la realidad, donde todavía creemos en la irreverencia de que nada nos puede vencer.



Soy un convencido de que las utopías de construir un mundo mejor, una sociedad más humana, un lugar donde cada uno pueda alcanzar sus propias metas y apoyar a los que no han tenido nuestras propias oportunidades, todavía es un sueño posible.

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