Lo que domina nuestro debate,
por Gonzalo Müller.
A propósito de la discusión sobre el proyecto de rotulación de alimentos, que vendría a regular cómo se informa de sus contenidos y se publicitan los alimentos envasados, vimos caer el debate en los extremos que una vez más alejan esta política pública del interés real: enfrentar la realidad de la obesidad en nuestro país, en particular aquella que afecta a nuestros niños.
¡Con qué facilidad algunos de nuestros parlamentarios caen en la descalificación de quien no está de acuerdo a sus interés y de presuponer las peores intenciones! Escuchar al joven senador Rossi revivir los argumentos de la lucha de clases a propósito de la discusión de este proyecto habla de un tema de fondo: el sustrato ideológico en que aún se mueve nuestra política.
Todavía para una parte importante de la Concertación los temas se enfrentan desde las lógicas del pasado, desde las ideologías del siglo XX, y así, a pesar de que el rotulado de alimentos es un proyecto que busca enfrentar en parte uno de los nuevos problemas de salud pública, existe la permanente tentación de creer que quienes no están dispuestos a votar «mis» posiciones son enemigos del pueblo. Como si frente a cada debate de una política pública se recurriera a ese viejo manual de la guerra fría.
Esta sobreideologización de la discusión parlamentaria lo que provoca es que se extremen posiciones y se empobrezca el debate, olvidando rápidamente la naturaleza propia del proyecto, para transformarlo solamente en una nueva piedra que arrojar hacia el Gobierno.
Si de verdad se quiere enfrentar la política pública de salud, que se haga con un espíritu constructivo y de diálogo, asumiendo que lograr el consenso en opiniones legítimamente distintas es el único camino para contar con una legislación efectiva y que se mantenga en el tiempo.
La dicotomía no puede ser entre la libertad y la prohibición, porque ese simplismo desconoce la realidad compleja que se intenta abordar. La libertad siempre es lo más deseable, pero también existe la obligación de asegurar que esa libertad pueda ser ejercida de manera informada, así como también la necesidad de proteger a quienes todavía no pueden ejercer plenamente su libertad. Para cualquiera que haya tratado de enfrentar una dieta, sabe que el peor camino es el de la restricción total, el prohibirse todo, porque se hace insostenible en el tiempo. El sentido común nos dice que se debe tratar de regular más que prohibir, de generar hábitos, de ser conscientes de lo que consumimos.
El consenso en torno a la necesidad de que la información sobre los alimentos sea lo más clara posible, es la base para que tengamos la posibilidad de elegir libremente. La rotulación debe ser hecha para que cualquier ciudadano, sólo con esa información, pueda discernir si puede o no consumir ese alimento y en qué cantidad.
Esto refleja la calidad de ciudadano informado, capaz de tomar sus decisiones y de exigir sus derechos, modelo social hacia el cual nuestra sociedad avanza en tantos frentes, aunque a velocidades tan distintas.