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miércoles, 13 de abril de 2011

Política, por Adolfo Ibáñez.



Política,

por Adolfo Ibáñez.


Cayó la intendenta del Biobío en medio del beneplácito de casi toda la clase política. Sus pecados fueron ser deslenguada y ejecutiva. También contar con un abrumador respaldo electoral ganado como alcaldesa de Concepción, y no por las oscuras camarillas y sus notables e inteligentísimos acuerdos.



No es común que un intendente provoque un alboroto nacional (nadie acusó al de Los Lagos por su complicidad con Tompkins). Lo normal es que vivan oscurecidos por las campañas mediáticas: en estos días la pequeña escuela básica de La Greda, Puchuncaví, Quinta Región, reunió a los ministros de Salud y del Medio Ambiente, con total olvido comunicacional del gobierno provincial y regional.



En Biobío había algo especial: es una zona muy izquierdista, donde la ex intendenta fue objeto de una zancadilla del senador Navarro, caudillo disidente de la izquierda y elegido allá mismo por votación propia. Van Rysselberghe, figura de la derecha, asomaba como futura postulante al Senado, con un respaldo potente que podría dejar fuera a Navarro, o lo obligaría a volver a la Concertación y perder su aureola de disidente.



El Gobierno perdió una figura que le aportaba un respaldo significativamente mayor que el de la Alianza en aquella región. Se dijo entre los partidarios de esta combinación que la intendenta era un árbol que no dejaba que advenedizos se arrimaran a su sombra, y parece que eran muchos los postulantes a refugiarse en ella sin mostrar méritos: la culpa debía pagarla el árbol.



Lo cierto es que Van Rysselberghe es estridente. Así ganó el apoyo que le permitió asumir la intendencia cuando la región estaba devastada por el terremoto y maremoto, y asolada por el vandalismo heredado del desgobierno anterior. En un momento en que allá nadie confiaba en nadie, su figura fue reconocida como autoridad válida.



El futuro plantea tareas que requieren autoridades que disciplinen a sus equipos. El Gobierno mostró debilidad y desaprovechó la ocasión para reiterar su discurso de orientarse hacia el futuro. Privilegió una actitud favorable a la política de salón y sus buenas maneras, como los palmoteos mutuos que se vieron durante la recepción a Obama, que denota una sensación de comodidad con el presente. De ese modo ocultó al francotirador, a la indisciplina, al resentimiento y a las ambiciones. Situaciones como esta embotellan al país, cuando lo que se necesita es señalar un rumbo definido que nos proyecte al mañana.