El libro que contiene todos los libros,
por RobertoAmpuero.
Hace poco me subí por primera vez ligero de equipaje a un avión con destino a Europa: sólo llevaba un libro conmigo. Una hazaña, porque suelo cargar con varios. Llevo los que estoy leyendo, los que planeo leer y los que pudiera empezar a desear leer. Y después se añaden los que uno compra durante la gira.
Esta vez llevé sólo ese libro, uno que me causa mala conciencia, la sensación de que quemo etapas y de que ya nada será como antes. Es un libro electrónico. Liviano, cómodo, del tamaño de un libro de bolsillo delgado, en empaste de cuero. Es una pantalla clara y sin reflejos, con una lamparita para leer en la oscuridad. Un libro que, como lo soñó Jorge Luis Borges, incorpora todos los libros posibles.
Confieso que lo compré a desgana, pero también que me conquistó. Sé que de ese modo contribuyo a liquidar la era Gutenberg, a matar el libro de papel, en que nacieron mis novelas, a difuminar el placer de tener un volumen entre las manos, de oler su tinta y acariciar su portada. Sé que seguiré recordando con añoranza mis primeros libros impresos y que las nuevas generaciones, que crecen ante pantallas, no compartirán esa melancolía. Sé también que la sustitución del soporte papel no implica la muerte de la ficción que -supongo- necesitamos como especie.
A paso firme avanza el libro electrónico. Estados Unidos marca la tendencia. En 2010 se vendieron allí 143 libros electrónicos por cada 100 de papel. La cifra engaña, eso sí, pues los electrónicos comprenden también títulos que, por carecer de derechos, se venden a dólar el ejemplar. En fin, crece la demanda por libros electrónicos y los aparatos para leerlos, esto en un país donde las ventas de libros de portada gruesa aumentaron el 2010 en 22 por ciento. ¿Qué significa esto para las librerías?
Cuando las recorro en Estados Unidos, donde acaba de quebrar una cadena, veo algo claro: sólo una parte de su superficie, quizás 60 por ciento, exhibe libros. El resto ofrece artículos de escritorio, regalos, e-readers , discos, café, comida. ¿Avanzamos a un mundo de lectores sin librerías? Las generaciones mayores dicen que nada reemplaza el placer de leer en papel. No estoy seguro de que vayan a compartir ese sentimiento los niños que crecen leyendo en pantalla. Creo que los libros impresos devendrán un bien escaso y caro, como en la Edad Media, ejemplares elaborados a mano en ediciones limitadas, que mostraremos con unción a nuestros huéspedes.
Muchos escritores rechazan aún el libro electrónico. Sin embargo, no escriben sus novelas a mano o en máquina, sino computador. Abrazan la modernización en la esfera creativa, mas no en la de la circulación. Acechan peligros: la piratería es más fácil, y los escritores, a diferencia de los cantantes, no pueden paliarla con recitales. Pero el escritor ahora puede llegar directo al mercado, sin críticos ni editoriales. Sin embargo, también los lectores buscarán instancias que orienten, sugieran o agrupen determinados géneros y autores.
A mi regreso a Estados Unidos, en la aduana me anunciaron que me correspondía control de equipaje. Pasé a una sala. El inspector encontró de inmediato ejemplares de la edición española de mi última novela y se alegró de que yo fuese escritor. Me dijo que él era historiador, pero que ya no quedan lectores y que continuara mejor mi camino. Libros de papel me libraron de la inspección. Al rato me pregunté si llegará el día en que las aduanas escudriñarán también todos los títulos que uno porta en el libro que contiene todos los libros del mundo.