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miércoles, 1 de diciembre de 2010

El retorno del Rey, por Gonzalo Müller.


El retorno del Rey,

por Gonzalo Müller.



Si el diagnóstico para la derrota de la Concertación era el desorden, aparece razonable la solución propuesta por Osvaldo Andrade, presidente del PS: pedir el regreso del último liderazgo que tuvo la coalición, Ricardo Lagos.



No es casualidad que haya sido el Partido Socialista quien recurriera a Lagos. Si una colectividad se fragmentó en las pasadas elecciones presidenciales, fueron ellos: dos de los candidatos descolgados de la candidatura oficial de Frei venían de sus filas, Arrate y Enríquez-Ominami, y una parte importante de sus electores menos comprometidos, casi la mitad, fueron seducidos por estas postulaciones alternativas. Este estado de debilidad y riesgo explica que quizás la respuesta debía buscarse más en el pasado que en apostar por el futuro.



Pero en este razonamiento hay al menos un problema y un riesgo. El problema es que los votos que se fueron en la primera vuelta y las figuras que encabezaron esa fuga lo hicieron a partir de un discurso que era eminentemente crítico, sobre todo, del gobierno del propio ex presidente Lagos. El, para muchos, se transformó en el ícono del acomodo de la izquierda chilena al actual sistema económico; se trata de aquellos que escuchaban con disgusto la famosa frase de «los empresarios aman a Lagos». Es por esto que cabe esperar que su retorno a la política activa esté marcado por un cambio de discurso, más a tono con los votos que intenta recuperar, y veamos a un líder más duro y opositor, que al perfil de estadista por sobre la hojarasca que cultivó durante su mandato.



El riesgo está en que no todos sonríen con esta necesaria señal de orden. El regreso de Lagos implica reconocer que los liderazgos de recambio no estaban listos, que aquella generación de los Orrego, Tohá, Lagos Weber, que creció en el poder de los gobiernos de la Concertación y que desde allí llegó a altos cargos, aún no logra establecer relaciones de liderazgo o poder al interior de sus partidos, plataformas necesarias para cualquiera que pretenda erigirse como una alternativa presidencial.



Es verdad que el desorden actual de la oposición le impide ejercer su rol y le dificulta construir hacia el futuro. Pero la falta de un proyecto común no se soluciona trayendo un liderazgo como el de Lagos, quien si bien tiene una fuerza y autoridad aglutinadoras, no aparece como capaz de promover a otros nuevos, sino más bien los opaca e impide florecer. Más aún si su rol será el de enfrentar al Gobierno a partir de la tribuna que los partidos quieren darle. Su voz hace palidecer las de los otros y hace notar las debilidades y carencias, su falta de transversalidad y capacidad de ser interlocutores válidos no sólo de la Concertación, sino de sectores más amplios de nuestra sociedad.



Así, las necesidades de corto plazo pueden arriesgar metas de largo plazo: el orden que trae Lagos favorece la labor actual, pero retrasa lo importante y crucial, la renovación de rostros e ideas. En el mejor de los casos, empoderar al ex presidente como referente podría asegurar una renovación tutelada. Su imagen sin duda modera a la actual oposición frente al empresariado y a los electores, pero nadie imagina una refundación —que para muchos dentro de la Concertación es una necesidad básica— encabezada por aquel símbolo de lo pasado.



Así, la coalición opositora y su necesidad de orden provocan el retorno del rey, un paso hacia la rearticulación, pero un evidente retroceso para la renovación. La pregunta es de qué sirve el orden si sólo asegura una oposición eficaz, pero la aleja del recambio que la proyecte a recuperar una mayoría que le permita regresar a La Moneda.