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lunes, 27 de diciembre de 2010

El fin de la instalación, por Eugenio Guzmán.


El fin de la instalación,

por Eugenio Guzmán.


A estas alturas lo obvio es hacer balances de fin de año. De hecho, el Gobierno ya comenzó con sus cuentas públicas (hoy realizó la suya el Presidente Piñera y antes lo habían hecho distintos ministros). Ahora bien, lo que parece fundamental es que este primer año es también el término de una etapa: la instalación. ¿Qué significa esto? Por lo pronto, que de ahora en adelante al Gobierno le será más difícil recurrir a argumentos relativos a ésta para justificar errores o negligencias en el funcionamiento del aparato estatal. Es decir, el mal manejo de los gobiernos anteriores comienza a desdibujarse como justificación.



Pero esta nueva etapa, que podríamos llamar de consolidación —ya que a partir de 2012 lo que se viene es un año y medio en que la agenda electoral es prácticamente lo único que cuenta—, tiene sus desafíos. De partida, tal como lo ha anunciado el propio Piñera es el año de la realización de sus siete reformas. Pero además es probable que algunos cambios tengan lugar y alteren la agenda del Gobierno ¿Cuáles son ésos? Primero, el rol de la oposición. En efecto, dependiendo de los liderazgos al interior de ésta, un tema latente sigue siendo su capacidad para constituirse como un referente alternativo para 2014. Si bien Bachelet sigue siendo identificada como la candidata del sector, ello no significa que sea lo que más gustaría a sus adherentes (véanse los resultados de la Encuesta La Segunda-UDD, de diciembre 2010). Pero más importante es el hecho de que hasta el momento el modelo de oposición no consiste más que en votar en contra del Gobierno o negarse a las propuestas del mismo, o hacer interpelaciones que poco importan y que suenan a show. Es decir, se trata de una actitud reaccionaria, pues sólo se reacciona a las propuestas de Gobierno; no ha habido un modelo que produzca derroteros que contribuyan al desarrollo de una agenda propia. Así, para lo único que ha servido ha sido para evaluar a aquellos ministros con capacidad negociadora y los que no la tienen.



Ahora bien, más allá de las posibilidades de que un cambio así se produzca, lo cierto es que el Gobierno podría enfrentar una oposición algo más eficaz. Después de todo, ésta ya conoce la matriz de poder y el pulso del Gobierno: ya sabe que negociar con los ministros no es definitivo, ya que éstos deben hacerlo con Piñera, y sabe que la popularidad —la que, sin considerar la burbuja del rescate minero, igualmente se ha mantenido en un promedio más alto que la de Bachelet en su primer año— es un bien altamente apreciado por el Ejecutivo y por el Presidente en particular.



Un segundo fenómeno que se encuentra latente y que puede tomar forma el próximo año son los movimientos sociales. Si bien todo hacía pensar que el primer gobierno de la Alianza traería consigo agitación social, la verdad es que ella no ocurrió. Tal vez la fragmentación de la oposición y el efecto post terremoto contribuyeron a evitarlo. No obstante, las cosas pueden cambiar. Los distintos gremios también han aprendido sobre el Gobierno, tienen demandas insatisfechas y planteamientos contrarios a sus reformas; por lo tanto, resulta probable que empujen una agenda más conflictiva, particularmente si perciben que tanto los partidos de la Alianza como el Gobierno están alineados en mantener o aumentar los niveles de popularidad.



Un aspecto de importancia en un escenario de mayor movilización social sería su impacto sobre la capacidad de articulación de la Concertación. En efecto, puede ser un empujón para ajustar o alinear intereses, y sobre todo ideas, en el conglomerado.