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viernes, 17 de diciembre de 2010

Altamirano sobre Altamirano, por Juan Carlos Altamirano.



Altamirano sobre Altamirano,

por Juan Carlos Altamirano.


La biografía de Carlos Altamirano Orrego escrita por el Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar inevitablemente tenía que ser un libro polémico. Altamirano por varios años mantuvo silencio en torno a la responsabilidad que tuvieron la Democracia Cristiana y la izquierda en el desenlace fatal del gobierno de Allende. Mientras tanto, para no crear olitas dentro de la Concertación, él continuaba siendo el chivo expiatorio de lo acontecido. Es justo, por lo tanto, que ahora plantee su verdad, por mucho que ésta resulte odiosa para algunos.



Cabe destacar que Altamirano es el único dirigente político de aquellos años que en reiteradas ocasiones ha tenido la valentía y honestidad de hacer un mea culpa. Me pregunto por qué no han hecho lo mismo aquellos que también tuvieron su cuota de responsabilidad, especialmente los verdaderos responsables: los que finalmente instigaron, organizaron y dieron el golpe de Estado.



Altamirano reconoce la influencia que tuvieron en él la fiebre revolucionaria y marxista de los años 60, así como los movimientos populares antiimperialistas durante su juventud. Explica también las razones que tuvo para ingresar al Partido Socialista y renegar de su procedencia, atada a la oligarquía, hecho que más tarde generaría tanta intriga y persecución.



Altamirano se hace cargo de su radicalización y narra cómo se fue transformando en un revolucionario. Hay que recordar —como él mismo lo señala— que prácticamente dos tercios de Chile exigían cambios de fondo: estaban la llamada revolución en libertad, propulsada por la DC, y la vía chilena al socialismo, promovida por la UP. Todo esto, en el contexto de la Guerra Fría, las guerras de liberación nacional y la rebelión juvenil de los años 60 en todo el mundo. En este sentido, Altamirano reconoce su incapacidad como dirigente máximo de los socialistas para impedir el desenlace fatal que tuvo el gobierno del Presidente Allende. Se autocritica también por la falta de liderazgo y gobernabilidad que existió durante la radicalización del proceso.



Quizás su autocrítica más dura la hace al señalar el nivel de ingenuidad que tuvieron al momento de impulsar el programa de gobierno de la Unidad Popular. Altamirano reconoce la incapacidad —producto del voluntarismo revolucionario— de entender que Estados Unidos no permitiría el éxito de una vía democrática chilena al socialismo. Reconoce que, en el contexto de la Guerra Fría, era prácticamente una utopía llevar a cabo el programa, más allá de cuál fuera la estrategia adecuada para defender el Gobierno: la creación de un poder popular o la reformista. Y si bien en la última elección parlamentaria antes del golpe la UP aumentó su votación, obteniendo el 43% de apoyo electoral (él mismo fue reelecto senador por Santiago), Altamirano también reconoce la incapacidad de ganarse a la clase media, un factor determinante en la derrota.



A mi juicio, la gran contradicción del libro es la evaluación que se hace allí de la Concertación. Del mismo modo que la derrota del gobierno de la UP —según los autores— fue producto de la dialéctica de la historia, también debieron considerar el contexto histórico de los últimos veinte años para explicar por qué los gobiernos de Lagos y Bachelet implementaron políticas neoliberales condescendientes con los intereses empresariales y derechistas.



Más contradictoria resulta aún la acusación de que los socialistas no se renovaron. La paradoja de este planteamiento es que el propio Altamirano fue el principal impulsor de la llamada renovación socialista, sin la cual no se hubieran podido constituir la Alianza Democrática y posteriormente la Concertación, y, por ende, no se hubiera logrado derrotar a Pinochet y restaurar la democracia. Sin embargo, Altamirano reniega de este hijo, razón por la cual cabe preguntarse: ¿Cuál era entonces la renovación socialista que él esperaba? A mi juicio, era lógico y necesario que el dogmatismo y el idealismo marxistas, cuasi religiosos, fueran remplazados por una mirada pragmática de la política. Que el estatismo furibundo fuera sustituido por una mirada menos dogmática, reconociendo que el mercado y la iniciativa privada también juegan un rol fundamental en el desarrollo. Que la lucha de clase frontal fuera suplantada por la política de los consensos y acuerdos… en fin.



En definitiva, aunque los autores del libro piensen lo contrario, hay que decirlo: gracias a la Concertación y el carácter que asumió la “renovación socialista”, Chile ha tenido los 20 años con mayor progreso, bienestar y paz social en su historia. Así de simple.