Walker: aciertos y carencias,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Ha levantado la voz y ha golpeado la mesa. Son dos actitudes poco frecuentes en un democratacristiano. En la política de hoy, además, sea quien sea el agente, esos gestos se agradecen como síntomas de honestidad. Porque mientras otros animan a los políticos a ser insinceros, honestos a medias (o sea, deshonestos) y civilizadamente incoherentes, Ignacio Walker se ha planteado con claridad.
El contenido de su postura, eso sí, todavía está poco definido. No por falta de honestidad, ciertamente, sino por el largo y profundo letargo doctrinal en que todos los DC vegetan hace décadas. Tres convicciones dice Walker que tiene su partido: ser de oposición, ser de la Concertación, y liderar al centro sin dejarse llevar por los cantos de sirena que provengan desde la derecha o la izquierda.
Pero, ¿ése es el nivel de convicciones que corresponde a un partido que se llama Demócrata Cristiano?
En cuanto a las dimensiones democráticas, sin duda Walker ha comenzado a acertar, alejándose de los coqueteos de tantos de sus correligionarios con el mundo de la izquierda dura. “Perdemos todos”, afirma respecto de la posibilidad de izquierdizar la Concertación. Supongamos que eso significa: “Perdemos votos todos”.
No está claro si él cree íntimamente que pactar con el PC es aliarse con fuerzas no democráticas, pero sí parece sugerir que serán los electores los que así lo considerarán y por eso castigarán alianzas tan espurias mediante la democracia del voto. En todo caso, Walker conoce bien al socialismo teórico y práctico; lo ha estudiado; ahí no debiera fallar.
Pero el déficit del actual timonel DC respecto de las coordenadas cristianas de su partido sí que es alarmante. Ni una sola referencia hay en su entrevista a esa fuerza motriz, a esa inspiración que caracterizó a los falangistas. Porque si el lector se asoma a textos como “La política y el espíritu”, de Eduardo Frei Montalva, o a “Una experiencia social cristiana”, de Alejandro Silva Bascuñán, ahí sí que va a encontrar verdaderas convicciones, auténtico planteamiento de fondo, ese con el que la DC logró su primera Presidencia en 1964 y la mayor votación parlamentaria de la historia de Chile en 1965.
Quizás se ha acentuado en Walker su opinión, expresada ya años atrás, cuando afirmaba que “la ética cristiana es mucho más profunda y compleja que un simple decálogo de certezas”, y que “apela a la libertad humana y a la razón, la que, lejos de abominar, abre un amplio espacio para la duda y la incertidumbre”.
Y fue a partir de esas consideraciones, paradójicamente, que resultó ser promotor del divorcio… con toda certeza.
Pero desde entonces ha sucedido que, al instalarse la duda y la incertidumbre como métodos permanentes, es preferible no hablar de ciertos temas, porque su sola mención es muy incómoda. De ahí la ausencia del cristianismo —molesto en sus aterrizajes— en el actual discurso democratacristiano.
Porque no parece haber entendido el timonel de la DC que justamente es en esa dimensión —la inspiración cristiana del orden social— donde su partido debe volver a competir, con mayor razón cuando todas las izquierdas se secularizan más y más y, por su parte, sectores importantes de la UDI dudan de esa misma inspiración y claudican también. La oportunidad está, y el que la aproveche mejor consolidará su postura.
Las ventajas comparativas de una democracia auténticamente cristiana serían fácilmente reconocidas por los electores si hubiera coherencia y convicción. Pero, abandonado hoy el nivel de los ideales fundacionales, el menguado 15 por ciento que exhibe la DC parece una justa retribución. Más que levantar la voz, hay que levantar la mirada.