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viernes, 3 de diciembre de 2010

Democracia 3000, por John Biehl del Rio.


Democracia 3000,

por John Biehl del Rio.


Sería deseable que Chile saliera del reto político actual con partidos capaces de responder a la nueva historia. Que apuntaran al futuro en el fondo y en la forma. Que no tuviésemos miedo a crear cuando ha sido en carne propia que hemos vivido los más estrepitosos fracasos. Existe un mundo político que debe irse. Cuando el quehacer nacional consiste fundamentalmente en practicar el arte de discrepar para así alcanzar el poder, prevalece un voluntarismo y ambiciones que desestabilizan la posibilidad de un buen gobierno.



La cultura de la confrontación, que heredamos del pasado, limita severamente el camino para satisfacer las necesidades de la gente. Operar y sustentarse en estereotipos de otra época histórica para ejercer la oposición o gobernar, es hacer daño al país deliberadamente. Es como aquel que, conociendo la cura correcta para una enfermedad, continúa hirviendo sapos y culebras para contentar, con engaño, al paciente. Es preciso reconocer que no es fácil crear alternativas en un contexto de relaciones, creencias e intereses firmemente establecidos.



Creer en la capacidad de cambio creativo tiene raíces fuertes en nuestra cultura política reciente. Hemos recorrido esos insólitos caminos de dolorosos recuerdos. Hechos en Chile con patentes extranjeras. La naturaleza nos golpeó también con desastres propios y retos inusitados. Estamos, sin embargo, de pie, queriendo mirar al futuro y dejar atrás los peores errores por los que ya transitamos.



En los momentos de más dolor, en aquellos en que las heridas estaban aún abiertas por completo, supimos afrontar nuestra propia historia, pensar diferente y hacer prevalecer la búsqueda de las concordancias en un intento genuino de superación para Chile. Fue así como recobramos la democracia y reiniciamos el camino de la libertad, cuidándola con sabiduría, buscando acuerdos aun en los temas que podrían ser más sensitivos, y contando con el correr del tiempo como el mejor aliado para que se impusieran las causas nobles. En alguna parte de esa historia está, sin duda, de manera privilegiada, lo realizado por la Concertación.



Hoy es preciso pedir a la Concertación que tenga, en su papel de opositor al nuevo gobierno, la misma grandeza con que condujo el disfrute de nuestra libertad a terreno seguro. Sería incomprensible que, al retomar la oposición democrática, después de cincuenta años, ello se haga con la mezquindad y prácticas que contribuyeron a destruirnos en mil pedazos. Por desgracia, en los albores de esta nueva oposición se pueden apreciar rasgos que no son alentadores. Pareciera que, con cabecita de pollo, rápidamente todo se ha olvidado. Al centro de ese quehacer que se piensa “renovador”, aparecen intentos de alianzas electorales vacías de contenido, divisionistas y llenas de ansias sólo de poder.



Cuando se habla de «polo progresista», evidentemente se está diciendo que hay otro que no lo es. Cuando se buscan coaliciones con cualquier grupúsculo que ayer partió, da la impresión de que se pretende, subrepticiamente, revivir lo que fuera la Unidad Popular para obtener ventajas electorales de un sistema de votación tan criticado. Otra vez, ¿se buscan extremos para hacer la política? Otra vez, ¿usar imágenes tan vacías como un huevo huero? Si la oposición busca el fracaso de un gobierno para llegar al poder, será co-responsable de reiniciar una de la más duras pesadillas políticas vividas en el país.



El gobierno de Sebastián Piñera ha dado innúmeras demostraciones, desde que asumió el poder, de que está dispuesto a gobernar para los nuevos tiempos. Busca, con talento, creatividad e incluso incomprensión en algunas minorías que lo apoyan, interpretar a un país en que casi todos hemos crecido. Quiere hacer un mejor gobierno que los anteriores, a pesar de que tiene la valla muy alta. Ello debería alegrar a la oposición. Si ésta fue capaz de leer la historia nueva en los momentos más tristes de una nación, ciertamente puede mejorar lo que fue la oposición de veinte años. Sólo robusteciendo los dos pilares de una democracia representativa: gobierno y oposición, la meta tan querida de llegar a nivel de país desarrollado será posible.