Si mientes en política…,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Si se consigue que en Chile haya cada día más administradores serviciales, surgirían también de entre ellos muchas vocaciones a la política, porque es imprescindible restaurar también la adecuada relación entre candidato y elector, entre representante y representado. Habrá quienes, designados primero para un cargo, querrán legítima y convenientemente optar después a ser elegidos para otro.
Y nadie debiera quejarse en el Chile del futuro de que haya jóvenes que quieran hacer carrera desde la administración hacia la política. Por el contrario, la gratitud debiera recaer sobre ellos.
Pero para que los candidatos sean los adecuados, no cabe exigencia mayor que la verdad; ella lo puede casi todo. El candidato fundado en la antropología cristiana se exigirá principalmente tres cosas a sí mismo: formarse muy bien para conocer la verdad, hablar siempre con la verdad, y defender ante sus adversarios a toda costa la verdad. En ese esquema, los votos llegarán solos, antes o después, porque es más fácil pillar a un mentiroso que a un ladrón.
Los escépticos nos dicen que es más fácil triunfar con la mentira; incluso un rector universitario afirma que sólo debe vivirse la honestidad a medias en la vida pública. Pero esa hipocresía sólo alcanza para ganar una vez o dos. ¿Para servir? Imposible…
Si la exigencia de veracidad prosperase, los propios electores experimentarán a su vez la necesidad de involucrarse activamente mucho más en la vida pública, aumentando considerablemente el nivel de su interés y de la dedicación de su tiempo a los asuntos ciudadanos.