La política, ¿a quién le está hablando?,
por Gonzalo Müller.
Uno de los requisitos esenciales de todo proceso de comunicación es tener claro quién será el destinatario de nuestro mensaje, única manera de asegurar que los recursos comunicaciones que se utilicen estén sintonizados con nuestra audiencia.
Al analizar las últimas semanas, vemos que el debate político se ha centrado repetida e insistentemente en la confrontación entre la oposición y el Gobierno, haciendo énfasis en un lenguaje agresivo y poco tolerante, y un exceso de adjetivos y de atribuir intenciones que poco ayuda al entendimiento. En resumen, si nuestra política fuera un programa de TV, hace rato que su rating lo hubiera sacado de pantalla.
Nada aleja más a los ciudadanos de la política que comprobar la incapacidad de llegar a acuerdos, de hacerse cargo de sus problemas y necesidades. En el fondo, sentir que nos les están hablando a ellos, que los políticos aparecen más preocupados de resolver sus propios problemas.
Esta situación se evidencia al constatar que la lógica con que se asumen temas muy diferentes termina siendo la misma. Así, oponerse duramente en el lenguaje, aunque se tenga la voluntad desde el inicio de terminar aprobando una iniciativa, es la fórmula usualmente desplegada por la Concertación. Con ello revela que, más que desarrollar una estrategia de largo plazo, está preocupada de responder bajo esta táctica a los riesgos de desintegración o de permitir que el Gobierno tenga el camino demasiado libre para consolidar su proyecto político.
Pero esta situación de enfrentamiento se hace insostenible, y para Gobierno y oposición genera costos, como un prematuro desgaste y el entorpecer la realización de reformas importantes en sectores cuyo atraso ha generado un descontento acumulativo y preocupante en los últimos años, como educación y salud.
El Gobierno debe entender que aprobar estas reformas requerirá de un nivel de entendimiento con la oposición, la que debe sentirse también representada en ellas, aunque asumiendo que el cambio de administración lleva implícito un cambio en los enfoques y en las formas, y que las soluciones que se alcancen deben hacerse cargo de la nueva situación.
Esto lo aprendió la Coalición por el Cambio, por ejemplo, al enfrentar las reformas de la ex presidenta Bachelet que apuntaban a la construcción de la red de protección social. La en esa época oposición tomó la decisión de sumarse activamente en sacar adelante con sus votos esas iniciativas; no sólo eso, sino que las incorporó con fuerza en su discurso, hablando de ellas con la misma propiedad que sus autores. Tanto así, que en la pasada elección presidencial el candidato Eduardo Frei y el actual Presidente Sebastián Piñera rivalizaron por cuál de ellos, de ganar, podría proyectar o profundizar la llamada red de protección social, pues ambos la sentían como propia. Esta experiencia debiera disipar los temores de la actual oposición de ser sobrepasada por las reformas dispuestas por el actual gobierno, entendiendo que el riesgo real es entramparlas o aparecer oponiéndose a ellas por consideraciones o necesidades de orden político.
Asumir estos cambios esperados por los chilenos significaría una recuperación de la sintonía entre la política y la ciudadanía. Esta sentiría un mayor compromiso con el sistema político si lo ven capaz de procesar y sacar adelante sus demandas, obviamente respetando las legítimas diferencias que cada bloque político sostiene públicamente al enfrentar los temas.
Las audiencias castigan duramente cuando no se sienten escuchadas o representadas. Ejemplos de ello abundan, por lo que superar rápidamente esta etapa de enfrentamiento político aparece como una necesidad común de todos los partidos, si es que no quieren terminar dándose cuenta de que ya no hay nadie escuchando.