¿Quién le pone el cascabel al gato?,
por Rodrigo Castro.
Es un buen momento para implementar un conjunto de acuerdos técnicos respecto de la medición de la pobreza y la desigualdad.
EN LOS ULTIMOS días hemos observado una fuerte disputa entre Mideplan y la oposición respecto de las cifras de pobreza. En la última Casen, Mideplan mantuvo la metodología de cálculo que venía aplicando desde 1987, mientras que Cepal la modificó con el fin de hacer comparable las cifras dentro de América Latina. En concreto, Mideplan utilizó una línea de pobreza más exigente, dado el mayor costo de vida que enfrentamos entre 2006 y 2008, mientras que Cepal fue más laxa y ponderó distinto el costo de los alimentos del resto de los bienes. Esta disparidad de criterio generó una diferencia no menor: según la Cepal, la pobreza se reduce a 11,5%, mientras que para Mideplan aumenta a 15,1%.
Ahora bien, hasta aquí aún nadie le ha puesto el cascabel al gato. Hay que recordar que en 1987 se definió una canasta de alimentos que era representativa de las preferencias de la población y que consideraba los precios relativos de los alimentos y los requerimientos calóricos considerados como mínimos. Esta canasta se ha venido actualizando a través de la multiplicación de los precios de cada período por las cantidades definidas en 1987 y multiplicando por dos el resultado, para dar cuenta de las otras necesidades. Luego, la línea de pobreza de 2009 calculada por Mideplan sólo extiende la práctica usada en los últimos 25 años para medir la pobreza. En este sentido, el ex ministro de Hacienda Andrés Velasco pierde de vista que uno de los criterios más importantes en la medición de la pobreza es mantener la comparabilidad de los resultados.
Bajo este contexto, ésta es una buena oportunidad para implementar un conjunto de acuerdos técnicos respecto de la medición de la pobreza y la desigualdad. En primer lugar, se deben ampliar los indicadores utilizados para identificar la pobreza. No se debería centrar la discusión sólo en la definición de ésta o en la actualización del valor de la canasta, pues el problema es mucho más complejo. La tendencia internacional sugiere ponderar diferentes dimensiones, tales como absolutas, relativas, subjetivas, etc. Todas ellas entregarían información valiosa a los que diseñan e implementan las políticas sociales. Sin ir más lejos, medidas de movilidad social enriquecerían el análisis y la nueva realidad de la pobreza. De hecho, así lo destaca un reciente estudio de la Ocde, que concluye que Chile tiene una de las clases media más amplias de América Latina, aunque con una significativa movilidad, y por tanto con oportunidades y riesgos.
Por último, pero no menos importante, se requiere una institucionalidad clara para definir qué se entiende por pobreza, cómo y cuándo se actualizan las mediciones. Actualmente, la definición tiende a estar centrada en Mideplan y los cálculos y definiciones técnicas en la Cepal. Esta es una ocasión propicia para crear una institucionalidad autónoma que defina los indicadores de pobreza que se deben utilizar. Un referente es la institucionalidad del Banco Central. En este caso, se requeriría de un comité técnico, designado por el Senado con quórum calificado, que tenga como misión operacionalizar la discusión sobre definiciones de pobreza y, además, determine criterios técnicos para realizar nuevas mediciones.