¿Pragmáticos o dogmáticos? ,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
En varias de sus novelas, Paul Auster coloca a sus detectives tan dentro del caso a su cargo, que la trama termina absorbiéndolos y despojándolos de su propia personalidad, transformándolos así en auténticos culpables. Sí, en responsables del mismo crimen que investigaban o de otro equivalente.
Igual cosa les sucede a ciertos políticos. A algunos, como al diputado Godoy, de RN, puede que les pase algo así por su escasa experiencia y por su precaria formación. A otros, como al senador Novoa, de la UDI, un desliz verbal —del que sin duda se sabrá arrepentir— los pone por poco tiempo, pero de modo inesperado, en una situación inadecuada.
¿Por qué ambos ejemplos? Porque con diferencia de pocos días, el impulsivo diputado y el experimentado senador han cometido el mismo error: etiquetar a otros para dejar de pensar (es que ya tengo al asesino; para qué me afano más).
Lo han hecho al referirse a muy destacados militantes de la UDI —sí, del partido aliado o de la propia colectividad, según los casos— calificándolos como “dogmáticos”.
Sin duda, esa etiqueta es de fácil difusión, comunica con aparente eficacia, puede descolocar al adversario (aunque sea tu socio, en tantas cosas); pero el caso, la trama, se le escapa de las manos a quien usa esos artilugios verbales. El político (el detective) termina así —quizá sin quererlo— en la posición del supuesto culpable: vacío de tus propias convicciones, te llenas del eventual criminal, te transformas tú en el culpable.
¿Qué culpa asumen en sustitución? La de considerar al pragmatismo su dogma. Es decir, Godoy y Novoa habrían incurrido justamente en el mismo pecado que, cual sabuesos, les imputan a sus investigados.
Pragmatismo —dice Godoy—; mirar los resultados —afirma Novoa—. ¿Nada más? ¿Basta? Bueno, eso es justamente un dogma: una breve formulación, autosuficiente y siempre verdadera.
Los dogmas del pragmatismo y del “resultadismo” tienen sus propias “fuentes de la revelación”: son las estadísticas. Si cientos de miles de personas viven el drama de las uniones de hecho, la solución es consolidarlas con el derecho… aunque sean un drama. Si un alto porcentaje de jóvenes apoya una píldora para limpiar un error, la solución es entregársela, aunque pueda morir un joven aún más joven y quizá se cometa un segundo horror. Ya vendrán después otras estadísticas, las que mostrarán el drama al cuadrado, pero el pragmático y el “resultadista” las volverán a usar para pedir nuevas (y peores) medidas.
Lo curioso es que, vaciado de su capacidad de investigar, el pragmático se hace cada vez más dogmático, menos reflexivo. Le sucede porque el pragmatismo craso es la renuncia al pensamiento, a la gradualidad, al matiz, a la distinción entre fundamentos y consecuencias. Es el dogmatismo en expansión.
Novoa y Godoy, ¿son estructuralmente unos dogmáticos del pragmatismo? No, eso sería injusto con ellos y con sus excelentes posibilidades de abrirse al diálogo. ¿Es reversible su error? Sí, por cierto, si miran con atención al supuesto criminal y aprenden de él.
Pero, ¿es posible aprender de los que ellos mismos han llamado “dogmáticos”? Efectivamente, porque el que había recibido esa injusta etiqueta, curiosamente, es abierto y dialogante; siempre se ofrece para discutir; concede con agrado todo lo accidental, lleva todas las confrontaciones intelectuales a los para qué de las cosas (y en ese plano, los pragmáticos lo admiran).