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jueves, 1 de diciembre de 2011

Derecha: barajando el naipe, por Gonzalo Rojas Sánchez.




Derecha: barajando el naipe,
por Gonzalo Rojas Sánchez.




Durante más de un siglo, entre 1857 y 1965, existieron los conservadores y los liberales; en los últimos 45 años, hubo nacionales y renovados por un lado, y guzmanianos por el otro. Así, a dos bandas anchas ha emitido sus mensajes la derecha, aunque siempre ha habido otras frecuencias más angostas transmitiendo por los márgenes. Por eso, eligiendo, la gente se acercaba a la UDI por dos o tres razones bien concretas, o simpatizaba con RN, por otras tres o cuatro bien distintas.



Pero hoy, la UDI tiene bien poco que ver con la del 83, y en RN el acordeón de sus diversidades se extiende ya hasta el límite de la ruptura. Cambios propios de la dinámica política, podría afirmarse. Bien, pero justamente en esa lógica no tiene nada de extraño pedir que los movimientos diferenciadores se prolonguen hasta que puedan terminar por aclararse las dudas.



¿Más directo? Que de una vez por todas se produzca la claridad en ambos partidos, se recompongan las fuerzas que los integran en nuevas agrupaciones y que así, para los próximos 20 a 30 años, los chilenos que desde 1970 han votado sucesivamente Alessandri, 11 de septiembre, Pinochet, Büchi, Alessandri o José Piñera, Lavín y Sebastián Piñera, puedan encontrar opciones coherentes, claras, definitorias.



Porque en los últimos años a esos electores les pasa que votan por lo que en realidad no era, que marcan donde no querían… porque poco sabían. Y después se desilusionan, obviamente.



En la UDI, hace años que cambió el panorama. Ya no hay unidad granítica, como quería Jaime Guzmán. Ya no hay unidad en la concepción de la persona. Ya no hay unidad de estilo. Ya no hay unidad de propósitos. En una directiva regional, poco tiempo atrás, dos de sus miembros —abortistas los perlitas— insistían en que nada les impedía impulsar desde la UDI la “expansión de las libertades”.



Y en RN, estructura partidista caracterizada siempre como suelta y liviana, parece haber llegado un momento tal de fastidio de los unos con los otros y con los otros-otros, que ya no queda casi nada de amistad cívica entre los dos-tres grupos.



Entonces, por fuera de los dos partidos, surgen las iniciativas más diversas. Unos proponen un Foro Republicano, en círculos concéntricos, para influir así en Chile. Otros prefieren la Horizontal, para desplazarse por dentro de los mismos partidos. Los hay, en fin, quienes se organizan para votar nulo en la próxima elección de concejales, hastiados ya de tanta indiferencia hacia sus legítimas peticiones.



Y a ellos se suma esa masa de chilenos independientes —entre apáticos y enojones, entre abstencionistas y criticones—, quienes desde su molesta indiferencia plantean, al menos tácitamente: ¿Y no sería bueno un gran cambio en la derecha?



Dígase claro: dos nuevos partidos. Uno, de inspiración cristiana, humanizador, promotor de la vida, la familia, el trabajo y las libertades responsables. Otro, de inspiración racionalista, desarrollista, promotor de la autonomía, la competencia, el emprendimiento y las libertades ilimitadas.



Pero los frenos que impiden sincerar de una vez por todas a la derecha chilena son, eso sí, bien fuertes.



Hay historias de discordias personales; hay posiciones aseguradas en el Congreso que no se está dispuesto a arriesgar; hay un gobierno al que apoyar (dicen); y no hay 50 millones de dólares, que eso cuesta preparar durante dos años una elección parlamentaria con alguna posibilidad de éxito y mantener después, por otros dos, el nuevo partido en todo Chile.



O sea que si sucediera lo deseable, que los ideales primaran y se reconfiguraran una derecha liberal y una conservadora, en todo caso habría que preguntarse: ¿y de dónde salió la plata?

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