Mi hija quiere estudiar Pedagogía,
por Mariana Grunefeld Echeverría.
Mientras ocurren marchas, discusiones, encuestas y una superabundancia de declaraciones respecto del tema educacional en Chile, mi hija de 18 años juega su propia batalla: quiere estudiar Pedagogía, ante el estupor de cuantos la escuchan. Hace un año que oye comentarios del tipo "Te vas a perder", "En Chile la carrera es mediocre y te vas a aburrir", "Para influir en educación, debes estudiar otra cosa". Ahora que se acerca la PSU, le repiten un despectivo "¿Para qué estudias tanto?"
Yo me la he jugado apoyándola. ¿Y si me equivoco? Investigo y descubro que se puede ser profesor con 450 puntos o menos, es decir, contestando bien 16 preguntas o menos de las 150 que tiene la PSU, y que sólo el 20 por ciento supera los 600 puntos de ingreso. Mis otros hijos, alumnos de Ingeniería y Derecho, juegan conmigo. "Oye" -me dice una mientras lee con vista cansada la página cinco mil de la semana-, "Pedagogía es fácil, se puede carretear harto". Prejuicio puro, pienso, pero mientras más averiguo, menos me tranquilizo. Estudios comparan los conocimientos de alumnos al ingresar y al egresar de Pedagogía: mejoraron dos por ciento en matemáticas, cuatro por ciento en lenguaje, después de... ¡seis años!
Mallas ineficientes y alumnos desmotivados no bastan para desaconsejarle la elección. Pienso en su vocación, en su persistencia. Entonces, miro a mi marido; leo su mente: ¿Podrá vivir de la docencia?, se pregunta. ¿Podría ser ella el puntal económico de una familia con hijos? Le recito titulares de la prensa, le explico la conciencia que han tomado el país y las autoridades. Él, mudo (esta vez no quiero adivinar lo que piensa). Sigilosa, al anochecer averiguo que los pedagogos reciben ingresos, al menos 28,6 por ciento más bajos que los egresados de otras carreras universitarias; que no hay gran diferencia entre lo que gana un profesor y un director de colegio, y que no importa dónde trabaje. Pienso. La inamovilidad convierte el techo de Pedagogía en el piso o subterráneo de Ingeniería.
Es cierto, su desempeño académico podría hacerla tocar el cielo del éxito social o financiero, pero sucede que ella ha elegido teñirse las manos y el corazón con los niños de esta tierra. Durante años la he visto hacer clases cada sábado en sectores vulnerables; ha ido al sur, al norte, al este y al oeste, pintando colegios, enseñando, ayudando. ¿Cuál es el camino para una hija así? ¿Bastará Pedagogía General Básica? ¿No desertará, decepcionada del nivel académico? ¿Se oirá su voz cuando otros diseñen políticas educacionales? Qué más quisiera yo que ella ganara su pequeña gran batalla, que escogiera la carrera de sus sueños para poner sus talentos al servicio de los niños y la educación chilena. Pero intuyo que gigantescos molinos de viento estarán ahí para botarla.
1 comentario:
Si ese es el llamado que ella siente, dejela seguirlo. Mi esposa siempre quiso ser profesora, desde muy pequeña jugaba a hacer clases con niños de su barrio, y hoy hace ya 11 años que su sueño se cumplió. Trabajó en un colegio particular pagado y ahora en una escuela municipal, y cada vez que ve a sus alumos trabajr dice "pucha que me gusta esto". Si su hija tiene la vocación, no le va a importar ninguno de sus argumentos, por más racional que parezcan. Los malos profesores son aquellos sin vocación, los que la tienen siempre son buenos y deja huella.
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