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viernes, 2 de diciembre de 2011

Teletón: educación pública y gratuita, por Roberto Ampuero.



Teletón: educación pública y gratuita,
por Roberto Ampuero.




No son muchos los grandes aportes de nuestro país al mundo. Aunque nacida como idea en Estados Unidos, en 1954, una cosa es innegable: debido a su impacto y carácter nacional, la Teletón chilena terminó por convertirse en gran aporte nuestro. Aquí ha contribuido a la rehabilitación de más de 70 mil niños con discapacidad motriz, nos educa como nación, y nos hace más solidarios. Además, 12 países de la región, así como otros en otros continentes, imitan hoy este esfuerzo benéfico anual de empresas y personas, dirigido desde 1978 por Don Francisco. Cuando recorro América Latina, o me encuentro con latinos en España o EE.UU., en cuanto me identifican como chileno muchos exclaman: "Así que compatriota de Don Francisco... Mándele mis saludos, si lo ve".



Hace 30 o 35 años, como chileno me preguntaban afuera de inmediato por Allende y Pinochet. Hace más de 25 años me preguntan por la escritora Isabel Allende, la transición a la democracia, Iván "Bambán" Zamorano y... Don Francisco. Ahora consultan también por el terremoto-tsunami de 2010, el modelo chileno, Roberto Bolaño, las marchas estudiantiles y, desde luego, Don Francisco. Pueden cambiar o aparecer nuevos temas, pero Mario Kreutzberger sigue allí de Leitmotiv . Es una figura que afuera asocian con Chile, y que los chilenos asociamos con solidaridad y unidad nacional. La Teletón es una causa noble y loable. Es, además, insustituible, concreta y verificable. Cambió la autopercepción de los chilenos y goza de respaldo masivo. En mis años fuera de Chile, la he seguido por televisión con mi familia. La imagen de Chile de mis hijos, pese a que han pasado 90 por ciento de sus vidas fuera del país, está marcada poderosamente por esa admirable jornada solidaria de fin de año.



Sorprende por todo eso la crítica aislada contra la Teletón. Por el carácter masivo y transversal que adquirió, para algunos criticarla es una astuta forma de perfilarse políticamente. Esta vez, dirigentes universitarios justificaron su rechazo a la Teletón alegando que el Estado debería hacerse cargo de su misión. La declaran superflua, aunque no exista hoy forma estatal efectiva para sustituir su obra. Dudo que alguien se oponga a que el Estado inyecte más recursos en este ámbito. Pero llamar a restarse de la recolección de fondos para la Teletón escudándose en que debe ser una tarea exclusiva del Estado, es llamar a dejar sin atención a los menores hoy beneficiados. Es la idea del náufrago que propone desde una balsa no subir al bote salvavidas, porque es mejor esperar en el agua a que llegue un buque de rescate. Además, ni los regímenes estatistas -que amaban, por lo demás, vastas marchas solidarias- solucionaron esto. En rigor, desaparecieron de tanto apostar por el Estado como único agente en la sociedad. ¿Por qué esta demanda excluyente 20 años después del fin del sistema estatista mundial y en una etapa en que la crisis mundial impone lamentables recortes sociales en el mundo desarrollado?



No conviene politizar la Teletón. Su gran mérito consiste en que logra unir cada año -más allá de las diferencias políticas, religiosas y sociales- a los chilenos en torno a una meta humanitaria que exhibe resultados que acá nos enorgullecen y afuera causan admiración. Y no se trata sólo del aporte material, sino también de la labor educativa respecto de la situación de personas con motricidad limitada en nuestra sociedad. La Teletón nos las hizo ver con otros ojos. Nos enseñó a comprender a compatriotas que antes debían permanecer ocultos en su casa. Nos enseñó a respetarlos y a solidarizarnos con ellos de forma concreta. Les devolvió dignidad a millares de chilenos. Porque nos enseña a ser solidarios y nos permite participar en ella de acuerdo con el propio bolsillo, puede verse también como una gran obra que nos educa a todos en forma pública y gratuita.

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