La colusión PC-Concertación
por Gonzalo Rojas
Con los comunistas pasa algo curioso: si se les da mucha importancia, parece una torpeza; y si no se les presta ninguna atención, simplemente es una torpeza.
No falta el tontorrón que afirma que el PC ha cambiado tanto, que ya no significa peligro alguno. Una pizca de razón tienen esos ingenuos, porque es cierto que ya no le llegan abundantes platas soviéticas, que tampoco cuenta con figuras de primer nivel intelectual y que hoy está muy lejos del 16,22 por ciento que obtuvo en las parlamentarias de 1973.
Pero, ¿renegó el comunismo chileno de Castro y de su opresiva tiranía? ¿Reconoció que formó un Frente rodriguista para asaltar y asesinar? ¿Propone ahora una reconciliación con perdón y olvido? No, ni de lejos.
Por eso, por su persistencia en presentarse como actor de reparto en la película del terror, los comunistas siguen siendo objeto de interés periodístico y académico. Sólo los bonachones ignoran que su eventual pacto parlamentario con la Concertación aparece en páginas y espacios destacados, no por un morbo antimarxista, sino porque están cerca de fraguar algo realmente importante.
A pesar de que hoy sus votos suman entre cinco y siete por ciento, el peso del PC vuelve a ser simbólicamente el del tercio correspondiente a la izquierda dura. Los socialistas -aburguesados, aunque usen el garabato- ven con espanto cómo algunas de sus figuras más significativas los abandonan, coquetean con el PC y quizás se vinculen con él en monogámica unión.
¿Por qué? Bueno, porque los comunistas constituyen la izquierda de verdad, la atractiva, la que no transa, aunque sí sabe coludirse. Sí, colusión: oh, palabra cochina que los comunistas logran blanquear.
Es colusión el pacto con la Concertación, porque a pesar de su publicidad, no es transparente. ¿Sólo se comprometen los comunistas a darle sus votos a Frei al día siguiente de la primera vuelta? ¿Y nada les promete la Concertación por si pudieran fallarle los doblajes?
Es colusión, porque a pesar de que se manifiestan voluntades autónomas, las dos partes saben que se engañan mutuamente, que piden por abajo, que el pacto es político y no meramente electoral, como lo declaran.
Es cierto que para ambos el contenido político del acuerdo es diferente: la DC dice que es para terminar con la exclusión, pero -Latorre, por favor- todos sabemos que es para asegurar unos cinco a siete diputados DC y, de paso, salvar el pellejo del propio timonel. Y el PC, vaya coincidencia, afirma que el pacto es para terminar con la exclusión, pero todos sabemos -ya pues, Teillier- que es para posicionar a uno o dos diputados comunistas como los actores principales de la política chilena del 2009 en adelante.
Sí, a prepararse para el show mediático de Gutiérrez o de Carmona si son elegidos: exigimos cámara por aquí, que nos den tribuna por allá, hacemos valer el fuero más acá, ejercitamos presiones en todos lados. La marea roja y sus toxinas, contaminando la prensa, los actos culturales, la movilización social y, por cierto, muy ausente de ese burgués Parlamento para el que habrían sido elegidos.
Es colusión, finalmente, porque parece una negociación razonada, pero sus fundamentos son falsos, son demagogia fina. Simplemente, no hay exclusión. En la vida pública chilena, todos los que quieren participar están habilitados, compiten y... ganan o pierden. Nadie tiene derecho a asegurarse un cupo por misericordia. Que el Tricolor de Paine no esté en primera división es problema de sus dirigentes y de sus simpatizantes, no de la ANFP.
Una sola cosa es evidente. Sea cual fuere el resultado de estas negociaciones, después de diciembre, una vez más, los comunistas serán oposición. Eso, Frei y Piñera lo tienen claro.