Sólo para conservadores,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
La agresividad contra el conservantismo que manifiestan buena parte de los liberales, muchos progresistas y gran número de secularizadores, parece desproporcionada.
Un observador foráneo se sorprendería de la virulencia y constancia con que en los medios culturales, sociales y de comunicación se ataca al gigante conservador, porque se preguntaría de inmediato: ¿y dónde está esa tremenda bestia como para que tengan que dispararle con armamento tan pesado?
Muy sencillo: los rivales del conservantismo saben que a pesar de que es mínima la presencia mediática que se otorga a las posiciones conservadoras, su peso social es mucho mayor. Los liberales se topan efectivamente con el sentido común, con la virtud en acción y con el peso de las costumbres, mucho más de lo que les gustaría. Y atacan entonces a esas realidades desde la palabra y el gesto, desde la cátedra y el escenario. Combaten al conservantismo porque intuyen que su fuerza vital -la de la naturaleza, la de la auténtica dignidad humana- sigue operativa en millones de chilenos, silvestres, sencillos, normales.
Los que no parecen haberse dado cuenta justamente de eso, de su propia capacidad, de su enorme potencial de sintonía con grandes porciones de la población, son los mismos conservadores.
Dispersos, desanimados algunos, concentrados otros en este o en aquel metro cuadrado que pretenden defender, han carecido los conservadores de la necesaria visión y de la imprescindible voluntad para articularse y salir a proponer una vida mejor para Chile, por encima de esos lamentables mínimos del supuesto progresismo. Mientras a los liberales les parece que el objetivo es correr la línea del horizonte -así lo ha definido Squella, olvidando que eso te lleva a dar vueltas y vueltas sin llegar a meta alguna-, parece que a los conservadores se les ha olvidado que deben proponer el ascenso a las altas cumbres.
Esa situación de desidia no da para más. Llegó el momento de articular un polo conservador de auténtica fuerza visible y vital en Chile.
¿Puede hacerlo un partido político? Podría, pero ninguno de los dos capacitados quiere dar ese paso. Uno, porque está siendo carcomido por el progresismo y les teme a las reacciones del Gobierno si reafirma sus posturas morales y culturales; y el otro, porque desde sus comienzos aceptó diversidades que hoy se procura administrar razonablemente desde su presidencia.
¿Puede intentarlo un centro de estudios o una ONG? Alguno podría liderar, pero tendría que arriesgarse a un ostracismo de duración indefinida, a perder fondos y prestigio, porque la igualdad y la tolerancia no se aplican a los conservadores.
¿Está algún medio de comunicación decidido a tomar la defensa de la posición conservadora? Ni hablar. Puedes ser progresista y dártelas de pluralista, pero jamás podrás ser aceptado si eres un medio declaradamente conservador.
¿Existen grupos de intelectuales que estén dispuestos a poner pecho y neuronas para explicar, por ejemplo, que matrimonio es simplemente "oficio de la madre" y que por lo tanto... Sí, los hay, pero carecen de organización y de contactos, aunque enseñen en mil sitios. Simplemente, no son intelectuales públicos.
¿De dónde entonces puede salir la energía vitalizadora del conservantismo chileno? Sólo de ese fondo intangible de profesionales, empleados, dueñas de casa, estudiantes, pobladores y trabajadores del campo, que clamen ante esos políticos, profesores, artistas y comunicadores, que les digan que ya está bueno, que tienen que articularse seriamente.
Este 2011, a veinte años del asesinato de Jaime Guzmán, quizás habrá quienes quieran darle ese tributo a un gran conservador.