por Sergio Melnick.
Unos 250 mil estudiantes rindieron la PSU, una muy mala herramienta diseñada en los gobiernos de la Concertación. Es curioso que ninguno haya logrado resolver en un 100% la prueba de Lenguaje. Obviamente, la prueba está mal diseñada: cuando a todo el curso le va mal, es el profesor el malo; en este caso, la herramienta.
Quienes han visto a los alumnos preparar esa prueba, pueden testificar lo inútil de gran parte del material que deben estudiar. No es muy importante saber qué es una prosopopeya o una etopeya. Menos aún una paronimia o una apostrófica. Ni qué hablar de lo que es una perífrasis o una sinestesia, o lo que sería una polisíndeton o una metonimia.
La verdad es que yo no sé qué son esas palabras, nunca lo supe, no me interesa y no fue obstáculo alguno para cursar mis estudios universitarios y de posgrado, ni para el ejercicio de 40 años de profesión y docencia universitaria. Dificulto que muchos lectores puedan darme a priori buenas definiciones de esas palabras y sus alcances. Sin embargo, los alumnos que no van a estudiar literatura, y que son la mayoría, son forzados a gastar invaluables horas aprendiendo esas sutilezas que jamás volverán a ver ni recordar. La mayor parte de esas cosas se aprende de memoria, en forma mecánica. Es evidente que este tipo de material discrimina en contra de los sectores más pobres y agranda la brecha educativa.
De hecho, si la mediana de la PSU (cifra que divide a los estudiantes en dos grupos) es más o menos 500 puntos, eso significa que la mitad de los estudiantes chilenos respondieron bien apenas unas 13 a 15 preguntas, de las 70 u 80 que tiene el examen. Llevado a notas, quiere decir que lograron un 20%, o que se sacaron más o menos un 2 en la prueba, y aun así tienen 500 puntos, lo que es una enorme confusión.
El primer error de nuestro sistema universitario es tratar de hacer una diferencia entre las tradicionales y las privadas. Lo que interesa es la educación, no el apellido de la entidad. El hecho de ser pública no le agrega ninguna virtud especial a una entidad educativa, como no lo hace ser privada. Lo único que interesa es el valor que se le agrega al estudiante. De hecho, hay muchas tradicionales que son peores que muchas privadas, y hay enormidad de alumnos que ya prefieren algunas privadas en su primera opción.
El segundo error es que nuestro sistema de educación superior está fundamentalmente orientado a la formación profesional desde el primer grado. Los intentos de “college” no han prosperado ni ha habido voluntad de los gobiernos por estimularlos. Entonces, obligamos a nuestros niños a especializarse a los 16 ó 17 años, lo que es un sinsentido y le da una rigidez increíble al sistema.
El tercer error de los estatistas es creer que todas las universidades tienen que ser como Harvard. Hoy, gracias a las universidades privadas, tenemos más de 800 mil estudiantes en educación superior, y debemos llegar al doble si queremos entrar competitivamente como país a la edad del conocimiento. Rindieron la prueba 250 mil alumnos y sólo unos 30 mil sacan más de 650 puntos promedio. Si sólo tuviésemos universidades para ellos, serían absolutamente elitistas, y dada la situación actual en Chile, sólo serían para los egresados de colegios pagados, con algunas excepciones. Los políticos gustan de recordar la época antigua de la educación estatal universitaria gratuita, cuando ésta era más elitista y un muy pequeño grupo llegaba a ella. No es lo que queremos hoy.
Es evidente que debe haber universidades para agregar valor a los alumnos de menor puntaje. La escalera social debe ir lo más abajo posible si queremos que termine la desigualdad. Obviamente esas universidades son menos buenas, pero en términos relativos el valor que le aportan a ese alumno es mucho mayor que el que entregan a los que ya son buenos estudiantes. La primera generación que logra un título, aun de una universidad no de gran excelencia, cambia generaciones hacia adelante. Por ello necesitamos muchas más universidades y no menos. Necesitamos que el sistema de educación superior sea poderoso y lleno de oportunidades, particularmente para los menos educados.
Hoy, todo el sistema educativo básico y medio, en definitiva, está orientado a lograr la continuidad en las universidades como existen hoy, PSU incluida. Por ello, la gran reforma educacional debe partir por ahí y no por abajo. Tarea para Piñera-Lavín, y hemos escuchado poco hasta aquí.