El peor enemigo de EE.UU,
por Roberto Ampuero.
Se aguardaba con expectativas la cuenta del Presidente Barack Obama sobre el estado de la nación. ¿Tendríamos de vuelta al político inspirador de la campaña o se mantendría el mandatario del mensaje frío y cerebral? Nos reencontramos con el líder inspirador. Pero la relevancia de su mensaje estuvo en que articuló su visión para reducir el endeudamiento fiscal, crear puestos de trabajo, mejorar la educación e invertir en tecnologías del futuro. También se refirió a la necesidad de reformar el Estado, a la amenaza china para la supremacía de EE.UU., y a la urgencia de recomponer la unidad nacional.
Los dos últimos aspectos merecen atención adicional. En rigor, la reflexión profunda sobre la amenaza de China a la supremacía económica, científica y militar de Estados Unidos se ha circunscrito al ámbito académico y de especialistas. Obama afirmó que muchos ciudadanos están desorientados y frustrados, pues la globalización les "cambió las reglas en mitad del juego", liquidando empresas legendarias. Sospecho que muchos políticos se ven superados asimismo por las nuevas reglas. Me pregunto si ellos saben lo que está en juego, comprenden la vertiginosa dinámica tecnológica del planeta e intuyen su rumbo futuro. Obama no empleó ante China la política del avestruz y demandó acuerdos para relanzar al país en tecnología, infraestructura y educación.
Es interesante la precisión con que la Casa Blanca asume los retos y propone soluciones basadas en la convicción de la excepcionalidad estadounidense y su optimismo histórico, así como en la fe en la capacidad individual y el rechazo al Estado, que la mayoría estima limitante para la libertad individual. Es llamativa la heterodoxa mezcla entre los ideales y mitos de la gran narrativa de EE.UU., por un lado, y las estrategias concretas, basadas en inversiones, conocimiento y tecnología, por otro. Pero lo inquietante para un chileno de mi generación es ver cómo se ha ido destruyendo la cultura del diálogo político en EE.UU. en los últimos años. La polarización alarma, pues uno sabe que a nada bueno puede conducir.
Hoy, en EE.UU., más que reinar la discusión de contenidos políticos y visiones de futuro, se impone la descalificación y caricaturización del adversario. Más que el debate con argumentos, prima el choque de credos en donde la irracionalidad -especialmente en la oposición- gana la mano. Más que el análisis racional, se impone el reduccionismo al calor de frustraciones ante el desempleo, el ascenso de China o la incapacidad de los políticos para lograr consensos. Es lamentable comprobar cómo se envenenó la discusión política, se etiqueta al adversario y se polarizan periodistas de radio y televisión con millones de seguidores. Para algunos periodistas, su misión no consiste en informar, sino en convencer al público de su agenda partidaria e ideológica. La profunda división entre conservadores y liberales de hoy puede atribuirse tanto a políticos populistas como a periodistas convertidos en propagandistas. Creo que en el Chile de hoy no habría receptores para el periodismo ultraideológico que practican megaestrellas de la radio o televisión de EE.UU., programas que en su tenor me recuerdan la virulencia de los otrora diarios Puro Chile y Tribuna.
A Obama le urge reinventar a EE.UU., adaptar al país con los retos y recuperar la unidad nacional. Durante su discurso, numerosos parlamentarios evitaron sentarse en bloques y se mezclaron con sus adversarios subrayando que, más allá de sus militancias, integran una misma nación. La tragedia de Tucson, donde murieron varias personas y quedó gravemente herida una diputada demócrata, víctimas todas de un desequilibrado armado y envenenado además por una odiosa atmósfera política, condujo a ese gesto simbólico y unitario. La tarea de EE.UU. es enfrentar los grandes desafíos que lo aguardan, pero antes que nada debe ser capaz de recuperar la unidad nacional y el debate respetuoso de ideas.