Vértigo democrático,
por John Biehl del Río.
Hay cosas que ya están claras en la ruta que sigue el cambio de gobierno en Chile. Las hay para consumo interno, pero también para exportar, como corresponde a un país abierto a la globalización, acostumbrado al sufrimiento y adicto al exhibicionismo ¿Qué podríamos agregar a un terremoto acompañado de su maremoto, a treinta y tres mineros vivos bajo 700 metros de roca, a la celebración del Bicentenario como país independiente, a mapuches en huelga de hambre también ante el mundo entero? Absurdo sería olvidar los esfuerzos gigantescos para reconstruir el país, sacar con vida a los mineros y corregir legislación que pueda hacer más dignos aquellos juicios que deberían ser civiles. Es cierto que hay más. Se está planteando una reforma trascendental a la educación, se busca algo similar en la salud, se han clavado banderas a favor de un país ecológico y reafirmado el respeto a los derechos humanos. Se podría seguir. Hay un país en camino.
En primer lugar, se trata de una transición dramática, espectacular, vertiginosa. Contiene sufrimiento y frustraciones, pero también coraje y determinación. Cambio que hizo trizas la farándula con todos sus ratings juntos, a los que ya estábamos acostumbrados. Hoy la noticia, la comedia y todo, está en la diferencia. Como siempre, ante la tragedia, quienes más han sufrido son los que están alejados de los beneficios del desarrollo. Ellos mismos nos han mostrado su fortaleza increíble y se les ha vuelto a prometer que en esta reconstrucción pasarán a ser parte del desarrollo que reclaman. Todos sabemos que cayeron fachadas y máscaras. Unas escondían estadísticas frígidas y falsas, y otras las había puesto la farándula. La pobreza es mayor y también lo son los ídolos de barro.
Lo segundo que ha quedado claro en el cambio es que se había perdido la capacidad de gestión requerida. Desde la orilla del lago, no vimos venir el maremoto, y desde la orilla del mar, no vimos venir el Transantiago ni tampoco las gentes que saqueaban comercios y habitaciones tras la desgracia. Pasamos muchas horas, por estar en la noticia, hablando de la “píldora del día después” y poco del fiasco de inaugurar un único hospital, con equipamiento prestado y enfermos que eran un tongo. Se acumularon demasiados Cureptos en distintas áreas de la administración pública. Como hemos dicho antes, por el bien de Chile y sólo ante quien corresponda, ojalá se aclare cada una de las cosas mal hechas o corruptas. Que éste sea el mismo procedimiento para quienes actúen de igual modo en el presente gobierno, y así sigamos persiguiendo la lucha contra ese vicio que no conoce ni de tregua ni de partidos políticos.
Lo tercero que podríamos agregar, para lo que no necesitamos más argumentos, es que el cambio era, en verdad, necesario. Se había perdido capacidad de rectificación y autocrítica. Pienso que el país lo está viendo con claridad. Es de esperar que los berrinches iniciales, de la oposición actual, no conduzcan a actitudes destructivas. Fue muy grande en la historia esta etapa inicial de la Concertación. No sería entendible que, ante su primer reto, en que se mezclan estertores y ambiciones personales, prevaleciera la pequeñez sobre la reflexión. Los líderes que han vuelto a ponerse las máscaras que les asignaron las encuestas, pronto sabrán que están desnudos.
En este contexto, ¿donde va el nuevo gobierno? Sabemos que parte en circunstancias extraordinariamente difíciles. No ha demostrado temor ante ellas y más bien persiste en invitar reiteradamente a que muchas de las tareas se deben resolver en conjunto. Al frente hay, por primera vez, cuatro ex presidentes sin Presidencia. Es en el Parlamento donde deberá rearmarse la Concertación y establecerse una forma de gobierno. Comienzan a surgir esbozos de que es posible repensar el país, tener una oposición parlamentaria vigilante, pero constructiva.
El gobierno de Sebastián Piñera, por todo lo que se vislumbra, será, fundamentalmente, una síntesis personal de lo mejor que se atribuye en imagen a lo que es la derecha, el centro y la izquierda. En treinta días, voy a referirme a ello en los cuatro mil doscientos caracteres, incluidos espacios, que me corresponden.