Ese 4 de septiembre,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Hay momentos en que te toca.
Si estabas en la Universidad Católica en agosto del 67, o si el 2006 eras secundario, te tocó. O, como es el caso de la generación que egresó de la media en 1970, si estabas en tus últimos meses de vida escolar el día que Allende fue votado por el 36,22 por ciento, ciertamente... te tocó.
Pero también importa mucho dónde estabas. Y si estabas -y así fue- en uno de los ambientes más apasionantes y formativos que ha habido en Chile, el Saint George's College, no te puedes quejar: te tocó una de las mejores.
El 4 de septiembre de 1970 nos pilló a todos con 17 añitos y, a unos pocos, con los 18 recién cumplidos. Adolescentes aún, pero en medio de un proceso de maduración acelerada. El colegio había puesto excelentes fundamentos desde siempre, pero el proceso se le había comenzado a escapar de las manos en el momento mismo en que un notable profesor marxista fue invitado a hacerse cargo del ramo de Filosofía.
El hombre sabía lo que hacía. Amable, sutil, buen lector, tenía un objetivo claro: sembrar la lucha de clases, dividirnos. Para eso, el 69 organizó una inofensiva Semana de la Educación, que duró sólo dos días, ya que muy pronto los padres de familia se dividieron en dos bandos respecto de esa iniciativa (fue en esa instancia que Víctor Jara -invitado ilustre destinado a remover nuestras conciencias- abandonó corriendo un escenario, perseguido por cantarle "Puerto Montt" en su cara a uno de los Pérez Yoma). A fines del año 69, decenas de familias dejaban el colegio llevándose a los más niños.
No sabíamos mucho de marxismo teórico, pero lo estábamos viviendo en la práctica.
Ciertamente, los que comenzábamos en 1970 nuestro último año nos quedamos mayoritariamente en el colegio. De ahí no nos movía nadie. A esas alturas, además, casi todos llevábamos varios meses haciendo voluntariamente el servicio militar durante los sábados y las vacaciones. En esa instancia comprobábamos el abandono en que el gobierno de Frei Montalva tenía al Ejército (sólo piñas de pino usábamos para el ejercicio del lanzamiento de granadas). Y oíamos hablar de infiltración, de alguna indisciplina en los conscriptos, de sana preocupación por el destino de Chile.
Pero, por primera vez, estábamos visiblemente divididos. También nosotros, georgians de mil aventuras intelectuales, deportivas y asistenciales, reproducíamos en nuestro pequeño mundo las luchas nacionales incentivadas por el marxismo. Lo hacíamos sin odios, pero con descalificaciones; sin rencores, pero claramente distanciados.
Las dudas crecían alrededor de ese 4 de septiembre: ¿Con Allende o contra él?
Varios de los nuestros se acercaron al MAPU o a las izquierdas más duras y alguno, incluso, al MIR (para terminar muriendo en esa militancia años después). En esas diversas calidades celebraron la victoria de la UP y, ya terminada la enseñanza media, apoyaron con entusiasmo al gobierno del Presidente Allende.
Al frente, otros, los que asumían posturas alessandristas, defendieron sus posiciones de diversos modos: incorporándose al Partido Nacional, a Patria y Libertad o a los movimientos gremiales universitarios, cada uno según su sensibilidad. Y después del 73, varios defendieron al gobierno del Presidente Pinochet. Así, seguimos divididos por las próximas décadas, aunque tratándonos con especial afecto.
Cuarenta años después, se aprecia la humildad con que esos allendistas han reconocido sus errores, se han reincorporado a la vida de una sociedad libre en puestos notables de representación gremial, en las comunicaciones y en los negocios y, además, han sabido perdonar ofensas recibidas.
Todo lo que vivimos pudo evitarse, pero ya que nos tocó, gracias.