Promocione esta página...

viernes, 10 de septiembre de 2010

Ser oposición, sólo eso, por Gonzalo Müller.


Ser oposición, sólo eso,

por Gonzalo Müller.

La actual Concertación, salvo la definición de ser opositora al actual gobierno, no ha logrado construir ningún consenso programático en estos seis meses y muchos reconocen la falta de un proyecto colectivo delineado, que permita reagrupar sus fuerzas. Tampoco las elecciones internas de sus partidos dieron espacio a alguna autocrítica o debate sobre las causas de la derrota electoral. Al parecer, se sigue privilegiando el orden interno por sobre la búsqueda de un diagnóstico adecuado para recuperar su capacidad de competir en las próximas elecciones.


Ese no contar con un proyecto programático o marco de desarrollo refleja dos situaciones no fáciles de superar. Y es que, uno, la creación de un sustrato ideológico y programático común requiere necesariamente encontrar puntos comunes, pero también reconocer las diferencias y visibilizarlas, como lo hace el polo progresista que se articula entre parte del PPD y el PS; esto lleva a situaciones de tensión evidentes con la DC, sobre todo con el liderazgo de su nuevo presidente, Ignacio Walker. La segunda situación es que el pragmatismo dominante cuando se era gobierno debe dar paso a una toma de posiciones más nítidas y diferenciadoras cuando se es oposición; si la DC quiere retomar parte de su antiguo electorado, debe ir trasluciendo cada vez con más fuerza que no es sólo la agenda progresista la que domina a la coalición opositora.


Así, el camino más fácil es el que se observa en los llamados generales a la unidad en torno a la necesidad de derrotar a la derecha en el poder, un llamado que aparece sin embargo como poco convocante: ya se usó hasta el agote en la segunda vuelta presidencial, sin lograr su objetivo. Pero además tal llamado refleja una urgencia en el interés propio de recuperar el gobierno y el poder, sin solucionar los múltiples vetos internos, tanto de liderazgos como de propuestas.


Otro camino es el de transformarse en un canal de transmisión de las demandas de la ciudadanía hacia el poder, lo que implica renunciar en gran medida a la interpretación ideológica de los hechos y soluciones, dando paso a la priorización de las demandas de acuerdo; no a la agenda política propia, sino sólo a la urgencia social manifestada. Esto de ponerse delante de cuanta manifestación se realice implica una sintonía con los ciudadanos, pero una profunda renuncia al liderazgo y a la realización de un programa de políticas públicas. Ello, además de los riesgos que implica para mantener una posición política coherente, requisito esencial de quien quiera recuperar la confianza de las personas.


Pero quizás el riesgo mayor de esta estrategia es traslucir irrelevancia: para la Concertación sería difícil atribuirse como triunfos las demandas ciudadanas de protección del medio ambiente en torno, por ejemplo a la Termoeléctrica Barracones; de paso, ha perdido, junto con su salida del Gobierno, la posibilidad de ser percibida como parte de la solución. Otra dimensión del mismo problema se aprecia en el caso de los comuneros mapuches en huelga de hambre: la tentación opositora de solidarizar y criticar la actitud del Gobierno, le abre un tremendo flanco a su credibilidad, al ser los mismos voceros y personajes que hoy solidarizan con la causa los que aplicaron, siendo gobierno, la ley antiterrorista a los comuneros hoy en huelga.


Para la Concertación, el evitar el necesario mea culpa, el esquivar el reconocimiento de los errores pasados, le impide avanzar tanto en la conformación de un proyecto propio de futuro, como en la necesaria recuperación de la credibilidad ciudadana. Así, la estrategia opositora de auto reconstrucción sigue pendiente de debate.