La región ignorada,
por Roberto Ampuero.
Chile vive de espaldas a los chilenos residentes en el extranjero como durante 165 años vivió de espaldas al océano. Y al igual que en ese caso, el país tarda en tomar conciencia de las oportunidades económicas, políticas y de imagen que esa comunidad brinda en el mundo globalizado. Chile aún no asume que una parte suya -cerca de un millón de compatriotas- vive fuera de sus fronteras y brinda un puente hacia el mundo. Es como si de pronto le hubiese aparecido una extremidad adicional y no supiese qué hacer con ella. Es el momento para lograr un acuerdo político amplio, dejar de usar la diáspora como cantidad negociable e imprimir nuevo rumbo en esta materia.
Muchos chilenos aspiran a vivir en Estados Unidos, Europa o Australia, proceso que continuará creciendo; pero para muchos esa opción sigue siendo una suerte de traición a la patria, una astucia para esquivar lo que consideran nuestra ardua realidad nacional y abrazar una que, supuestamente, es miel sobre hojuelas. En rigor, tal actitud revela más sobre nuestra percepción de la patria que sobre quienes emigran de ella. No es algo, por cierto, privativo de Chile. Hasta hace poco los estados penalizaban a quienes obtuviesen otra ciudadanía. Pero aún tendemos a interpretar la emigración sólo como influencia de otras culturas sobre la nuestra, y no como una carretera de doble sentido y oportunidad para proyectarnos en el planeta.
En el fondo, perdura una filosofía insular de las fronteras y de lo que es ser chileno. Olvidamos que hoy las fronteras son permeables, que la realidad económica mundial impone la migración y que radicarse en otro país buscando mejores expectativas es legítimo y usual, algo que puede reportar ventajas al país a través de remesas, embajadores naturales y el flujo de conocimientos, capitales y tecnologías. Hay una suerte de desconfianza hacia la comunidad en el extranjero aunque vivimos preocupados de lo que dicen afuera de nosotros.
Sospecho que esta desconfianza se debe a que la asociamos con etapas álgidas de nuestra historia. El 51 por ciento de nuestra emigración reside en Argentina, lo que indica que esos compatriotas hallaron cerca nuestro lo que el país no les dio. Los 100 mil chilenos que viven en Estados Unidos, los 30 mil de Suecia o Canadá, o los 46 mil en Australia también plantean la interrogante de qué hubiesen hecho si aquí las circunstancias fuesen más generosas. Nos satisface, en cambio, destacar los flujos migratorios hacia el país -desde Perú, Colombia o Cuba-, pues confirmarían una supuesta superioridad nuestra frente a otras naciones. Pero el tema de los chilenos está ausente de programas educacionales, brilla en períodos preelectorales y muchos lo minimizan mediante el concepto discriminatorio de "patiperro".
Hay un sector de la sociedad que ve a la comunidad en el exterior como irritante continuación del exilio antipinochetista, como gente que gozó un exilio dorado y denostó al régimen militar durante la etapa de mayor prosperidad en Europa, Estados Unidos y el desaparecido mundo comunista. Y existe un correlato de izquierda al respecto: en democracia, entre opositores al régimen militar eran mal vistos los compatriotas que seguían yéndose a Suecia, Canadá o Australia, pues en democracia supuestamente no había razón para dejar Chile, sino sólo para volver a él. Pero esta visión crítica la alimentan también quienes ven su propia estadía afuera como una pérdida de identidad, olvidando lo que ganan en adaptabilidad al mundo moderno. Constituye un error percibir la identidad nacional como una dimensión inmutable y desconocer que el sujeto moderno se define no sólo por sus conocimientos especializados e idiomas, sino también por su capacidad para manejarse con fluidez en un mundo en cambio incesante. En la era de internet, tv satelital, IPhones y los aviones constituye un error garrafal reducir un país a quienes viven dentro de sus fronteras.
(En Estados Unidos a quienes hablan con acento extranjero suelen preguntarles: ¿De dónde eres originalmente? La pregunta implica que optaste ser estadounidense. En Chile la pregunta es otra: ¿De qué país es usted? Revela una actitud excluyente. La escucho cuando regreso a Chile y los taxistas advierten mi acento neutralizado. Suelen verme en el acto como extranjero o chileno que, "por desgracia", ya no es "nuestro", nunca como otra dimensión del país.)
La política hacia nuestra diáspora debe trascender el tema del derecho a voto de chilenos que viven fuera. La izquierda aspira a otorgar ese derecho y la derecha se opone a ello, pues ambos creen, en forma simplista, que quienes viven afuera son en su mayoría de izquierda. No estoy tan seguro de esa idea. Sólo 12 por ciento de los chilenos en el extranjero dice vivir fuera por razones políticas. Mi impresión es que Chile y su centralista élite política no conocen a ese millón de compatriotas.
Hay países que saben aprovechar su comunidad exterior: Israel y Alemania, Italia y México, y también los cubanos del exilio. La influencia de ciudadanos de Israel y Cuba en la política exterior norteamericana es innegable. Alemania indujo cambios en Europa oriental a través de su dimensión externa. Los mexicanos gozan hoy en Estados Unidos de influencia considerable. Un reto hoy para Chile consiste en aceptar sin tabúes a su comunidad en el exterior, reconocerle derechos y deberes, diseñar estrategias para incorporarla generosa e inteligentemente en beneficio de la imagen y los intereses de Chile, y también en verla como una palanca de modernización nacional y de mayor aggiornamento del país con el mundo globalizado. Es también un asunto de sentido común y profunda justicia.