Chile, entre el 4 y el 11,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
El 4 es de unos y el 11 es de otros. Implicarse en el 4 o en el 11 es chilenizarse, aunque sea en el dolor.
El 4 de septiembre de 1970 fue electo Salvador Allende; el 11 de septiembre de 1973 fue depuesto y comenzó a gobernar una Junta de Gobierno encabezada por Augusto Pinochet.
Imposible sacarle el quite a ese doble llamado del calendario, a esa tenaza que por estos días aprieta, revuelve las conciencias, exige definiciones.
Buena cosa, porque somos seres históricos, siempre necesitados de una comprensión del pasado, simplemente porque gran parte de lo que parece ya extinguido sigue estando presente, existe hoy en acto, permanece. Y no cuesta nada reconocerlo en uno, si se es mínimamente sensible.
A diferencia de esos políticos (suelen estar en la Alianza) que prefieren escabullirse ante las preguntas sobre la historia de Chile y dicen hablar sólo de visiones de futuro, todos los jóvenes de enseñanza media del país tienen que enfrentarse con un 4 y con un 11.
Esas dos fechas están explicadas (manipuladas más bien) en sus libros de historia. En la casi totalidad de los casos, el 4 es descrito como el inicio de un gran proceso liberador, y el 11 como el duro golpe contra las aspiraciones del pueblo.
En sus casas, cuando sus padres o hermanos ven los textos, les avivan aún más el interés por el tema, les manifiestan sus posturas, los refuerzan en uno u otro sentido.
Obviamente, eso no sucede con el estudio de las luchas por la independencia ni con la propia guerra civil de 1891. Y la diferencia de interés no se da por una mayor cercanía o lejanía con los acontecimientos, sino por la radical pertenencia de todos los chilenos a una u otra postura de las que el 4 y el 11 son portadores: Allende o Pinochet; y no hay más.
Por eso, el 4 es de unos y el 11 es de otros; por eso, hay chilenos del 4 y chilenos del 11. Y esa situación no tiene vuelta, ni debe tenerla, ya que colocarse a un lado o al otro implica reconocer el mayor drama nacional como un drama propio. Implicarse en el 4 o en el 11 es chilenizarse, aunque sea en el dolor. Lo otro, vivir sólo para el l8, es cortar la historia nacional en trocitos, privarla de su sentido pedagógico, banalizarla. En dos palabras: desde 1970 es imposible ser chileno sin tener en más al 4 o al 11.
¿Divididos? Sí, ése fue el drama que generó el 4: la división de unos contra otros, mientras que éste fue el intento de curación del 11: la restitución de la unidad. Y hasta tal punto esas fechas marcan la vida de todos los chilenos, que hoy, consciente o inconscientemente, las decisiones las tomamos según sea nuestra sensibilidad en esa materia. Derechos humanos, protección social, participación ciudadana, papel de las Fuerzas Armadas, despolitización de los gremios, Estado de Derecho, terrorismo y violencia política, libre iniciativa económica, proyectos ideológicos, todo eso y casi todo lo demás, analizado al detalle, se resuelve en clave 4 o en clave 11.
Que cada uno haga la prueba para sí mismo, sinceramente. Y, además, que la aplique a los más visibles hombres públicos: póngase a los seis candidatos presidenciales -todos partidarios del "No"- a discutir sobre el 4 y el 11, y se verá de inmediato cómo se polarizan en tres y tres.
La unidad nacional, la reconciliación y el respeto mutuo entre compatriotas no implican la disolución de esas dos posturas. Pedirles a los chilenos -actores de los acontecimientos, sucesores inmediatos del drama o jóvenes que recién se inician en la comprensión de la Patria- que acepten una sola visión o que, simplemente, no tengan ninguna, no es malo; es peor: es tonto, es torpe.
Parafraseando: si los chilenos no conocemos y actuamos el mayor drama de nuestra historia, nos condenamos a la mediocridad.
Y para eso, ni el 4 ni el 11 habrían valido la pena.