Capturados por la protección social,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
¿Cuántos chilenos necesitan algún tipo de protección? Todos. ¿Cuántos chilenos necesitan protección del Estado sólo por momentos, o solamente para algunos temas? Todos.
Pero…, ¿cuántos chilenos necesitan protección integral y permanente del Estado? Muchos menos, muy pocos. Incluso bien puede afirmarse que proteger establemente termina siendo dañino, casi castrante.
Todos los habitantes de esta tierra, extranjeros incluidos obviamente, somos indigentes, requerimos de ayudas; no hay nadie tan “chorito” de verdad, como para declarar verazmente que todo se lo debe a sí mismo, que nadie nunca lo ha ayudado o que, al menos de ahora en adelante, todo lo conseguirá por cuenta propia (bueno, puede que haya alguna actriz que declare algo así; una o dos, quizás).
Ciertamente, gracias a las ayudas recibidas hemos sobrevivido, crecido y llegado a plenitudes varias. Es la vida misma, con sus solidaridades naturales y voluntarias; renegar de esa realidad es ser un malagradecido integral.
Es de otra protección de la que hay que cuidarse.
Se trata de esa protección que en realidad se llama socialismo, de aquella actividad estatal que entra en la espiral de la autoalimentación y que crece a costa de la libertad y del futuro de las personas. A esa tarea se han dedicado las últimas administraciones socialistas. Nada de reprochable: ¿por qué habrían de hacerlo de otro modo, si ésa es la ideología que las mueve?
Hace 10 años, ese propósito tenía, eso sí, un requisito: para justificar la red de protección estatal, había que debilitar o eliminar los obstáculos que presentaban las protecciones naturales o voluntarias. Había que debilitar la familia: logrado. Había que volver a convertir los cuerpos intermedios en clientela estatal: muy logrado en algunos casos. Había que denunciar a la empresa como ámbito de colusión y explotación: en vías de lograrse. Había que desprestigiar a la religión: en vías de lograrse…
Entonces, despojados de tantas de sus vinculaciones, los chilenos han acudido en números crecientes a esa mano extendida que les ofrece protección a cambio de votos y pasividad. Borbónica actitud la socialista: sea usted el receptáculo de nuestros reales beneficios, y calle.
Así ha comenzado a extenderse la manía de necesitar protección. Y ya se sabe: estas manías se transforman en mañas, y después se hacen mentalidad, hasta que llega la masificación. Manías, mañas, mentalidad, masificación: son tantos los daños causados, que ya es hora de proteger a los chilenos de sus poderosos protectores.
Imaginamos que la Alianza sabrá hacerlo. Pero, ¿se ven en su candidatura presidencial un lenguaje y unas convicciones propios de un esquema desarrollista, emprendedor, creativo y subsidiario? ¿O está capturada en la perversa lógica impuesta por el aparato comunicacional de Gobierno: “Yo protejo y tú… no irás a desproteger, ¿no?”.
El dilema requiere de un cambio de conceptos, de un cambio de palabras. Lo que se espera de los piñeristas es que se atrevan a romper con ese círculo vicioso (del lenguaje y de la vida) y que vuelvan a hablar de un país de propietarios, de emprendedores, de gestores; que recuperen el sentido de las protecciones naturales y voluntarias, y les expliquen a los chilenos por qué es totalmente fatal caer en la lógica de la dependencia estatal.
Hasta ahora, quizás temerosos de las encuestas, sólo se oye decir que no cortarán los programas de protección hoy en marcha. ¿No hay un modo mejor de ganar que rendirle culto al adversario?
Propietarios o proletarios; emprendedores o depredadores; gestores o mendigos; Estado subsidiario o Estado socialista. No, no son esquemas rígidos, son las grandes diferencias. O deberían serlo.