Ese Asqueante Sensacionalismo,
por Rodrigo Lema González.
Para quienes estamos ligados al quehacer periodístico, siempre se nos ha enseñado -y recordado incontables veces- la importancia de dos conceptos muy relativos: objetividad y ética. Dos pilares fundamentales de una profesión con una tarea tan gratificante como ingrata, que es informar.
La mayoría de los estudios comunicacionales atribuyen a los medios otras dos funciones de similar importancia: educar y entretener. Sin embargo, el primero ha ido desapareciendo paulatinamente, presa de un fenómeno tan devastador como poderoso: la denominada "prensa amarilla" o periodismo sensacionalista.
Este género, que se caractertiza por publicar historias espectaculares, que, en muchos casos distan de la verdad, ha evolucionado bastante desde que su precursor, William Randolph Hearst -el primer gran magnate de los medios- acuñara su famosa frase :"Yo hago las noticias", en referencia a la publicación de la muerte del Presidente William McKinley meses antes de que ocurriera. Ahora, apelando al morbo de la población, se nos presenta en forma de crónicas rojas que ya no pueden serlo más; culebrones de la poco decorosa farándula nacional, apología de la decadencia valórica y moral de nuestra sociedad; elevación de peligrosos delincuentes al rango de héroes, mientras las víctimas deben soportar un tormento psicológico atroz... Y así podríamos seguir.
Lo que podemos observar es un evidente error en el enfoque de pauta que realizan los medios sobre estos temas, sobre todo en el último. ¿Qué buscan al mostrar al victimario como una blanca paloma? ¿Compasión? ¿Lástima? Qué se yo... Pero no pueden estar más lejos del blanco, ya que lo único que consiguen es una mayor hostilidad hacia el pseudo-angelito.
Respecto de la farándula, no creo que exista un periodismo mas inútil que éste. Las escenas que muestran llegan a dar vergüenza ajena -con comportamientos propios de la era de las cavernas-, y a veces me he llegado a sentir extranjero en mi propio país. Entretanto, las secciones de cultura -las de verdad, que quede claro- cada vez tienen menos espacio, quedando como el reducto de unos pocos.
¿Y por qué, estimados lectores? La respuesta sigue siendo la misma que en los tiempos de Hearst: aumentar las ventas tanto como sea posible. Antes de terminar quiero dejar algo en claro: aunque no estoy en contra de que las empresas obtengan utilidades, sí lo estoy de que deban apelar a recursos tan bajos para conseguirlo.