Promocione esta página...

jueves, 30 de julio de 2009

Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero, por Gonzalo Rojas Sánchez.





Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero,
por Gonzalo Rojas Sánchez.


Seis son, por ahora, los postulantes a la Presidencia de la República; en campaña desde hace meses o escasos días, cada uno ocupa la posición relativa que las encuestas le adjudican. Con variaciones menores, los sondeos coinciden en determinar un claro ranking.

Zaldívar, Arrate, Navarro, Enríquez-Ominami, Frei y Piñera: así están ordenados hoy los postulantes, del 6 al 1. En caso de mantenerse en esas posiciones, ése sería también el orden en que algunos candidatos podrían ir desapareciendo de la escena, a medida que se hagan inviables sus postulaciones.

Igual que el 6 en la cuenta regresiva para un lanzamiento espacial, si todo sigue igual, nadie debiera acordarse en diciembre del candidato humanista cristiano. Es vital y enérgico, pero no ha cumplido con uno de los requisitos más fundamentales de una postulación: capacidad de concretar positivamente sus proposiciones. Goza de buena diagnóstica, pero apenas se le conoce la solucionática.

En el 5 hay serios problemas de ubicatex. Cuarenta años atrás, incluso 15, el nuevo militante del PC podría haber entusiasmado a su generación y a algunos de los segmentos cercanos. Hoy produce compasión verlo desplazarse con fuerzas tan limitadas —no sólo en lo físico, sino también en lo electoral—, porque hasta los militantes de su partido prefieren entrar a una lista parlamentaria rival y hacer campaña dentro de ella.

Para el número 4, la frustración es creciente. Mientras la votación en su región está asegurada, en el resto de Chile es percibido como “el hombre de Chávez” y, a pesar de los tentadores dineros colocados por el venezolano en universidades y en diversos otros grupos, son muy pocos los que votarían para Presidente por un rompefilas. Y el candidato lo percibe más y más: por mucho que se deje crecer la cabellera indefinidamente, los chilenos ya saben cuál es su pelo.

Hasta ahí la tríada más volátil, la de los números sin relevancia actual ni eventual.

El segundo grupo merece mayor atención.

En el 3, los carismas y las simpatías se manifiestan de a dos (él y ella, gran dupla), pero —como sucede en todas las tentaciones— después de probar más de cerca la oferta, al primer placer lo sucede una frustración grande. El candidato y la animadora encandilan; se abren y cierran alternativamente los ojos del elector frente a su verbo chispeante, pero al meditar en su proyecto, una señal baja desde el corazón: insustancial, tiro al aire.

Para el número 2, la dificultad es estructural; doblemente estructural. Por una parte, su propia conformación resulta desaconsejable en cualquier campaña: fomedad, terquedad, contradicciones, agresividad. Por otra, la coalición que lo respalda se desarma cada día (cuando en un lanzamiento se pronuncia el número 2, comienzan a caerse muchos de los soportes, ¿no?); a la Concertación, de estructura, le queda tanto como a esos viejos andamios de madera, llenos de clavos y estuco, que se lanzaban al fuego una vez terminada la construcción.

En punta y con el 1, a las puertas de ser catapultado a los espacios, está el hombre exitoso, cuyo problema es que ha sabido serlo en uno de los mundos donde más fácilmente la paciencia y el diálogo resultan arrinconados y olvidados. Su carácter y mirada lejanos dan con frecuencia la sensación de incomodidad por tener que ajustarse a procedimientos tan lentos y formales como lo son los de la buena política; su chaqueta al hombro y su sonrisa amplia buscan acortar esas distancias, pero a menudo chocan con la mirada escéptica de muchos que se preguntan: ¿entiende este hombre, de verdad, lo que es un chileno común y corriente?

Entonces, ¿cero?