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jueves, 18 de diciembre de 2008

Solo necesitaron 1000 días....

Solo necesitaron 1000 días....

Solo mil días necesito la Unidad Popular, con Salvador Allende a la cabeza, para destruir el país que después de  una larga etapa de construcción, que demoró más de 160 años, llegó a tener un aparato productivo, tanto agrícola como industrial, funcionando, un andamiaje legal operativo, una administración eficiente  y un tejido social, con problemas, pero en franco desarrollo.

 

Los izquierdistas, que como minoría llegaron al poder, trataron de imponer al país recetas foráneas, de las que ya se vislumbraba un fracaso importante, con medidas que se apartaron de la tradición legal de los chilenos, utilizando inclusive la fuerza de la violencia física, además del hambre, en su intento por doblegar a un pueblo que históricamente fue altivo.

 

Recordamos esto no porque pretendamos vivir en el pasado, sino por el contrario, porque tenemos temores que el olvido de las realidades haga que tropecemos nuevamente con la peligrosa piedra del populismo izquierdista y debamos, otra vez, pagar un duro precio por recuperar nuestras libertades y por reconstruir los daños que dejan estos experimentos.

 

A Allende le debemos un país en el caos total, paralizado en casi todas sus actividades, una economía absolutamente quebrada, una convivencia social absurdamente deteriorada, las Leyes sobrepasadas e incluso la Constitución pisoteada, las libertades seriamente amagadas, y como corolario, un inevitable golpe militar que pusiera las cosas en orden.

 

Es cierto que el Gobierno de las Fuerzas Armadas fue difícil, nunca ha sido fácil reconstruir aquello que tan fácilmente destruyeron, fue duro, porque aunque lo oculten Chile fue objeto de un artero ataque orquestado por el imperialismo rojo, fue largo, hubo de hacerse todo de nuevo para poder proyectar al país a la posibilidad de llegar a estados de desarrollo más avanzados.

 

Nuestros uniformados pueden decir con orgullo que el Gobierno de Pinochet y la Junta Militar cumplieron con creces la misión que el pueblo mayoritariamente les urgió a tomar en sus manos. Hoy, con muestras de mal agradecimiento, algunos se hacen los lesos sobre las realidades y otro, más cínicos aún, intentan una grotesca falsificación de los hechos acaecidos.

 

Nos hemos transformado en cómplices de la manipulación de las verdades, hemos aceptado como “corderos” la aplicación de sanciones injustas e inmorales a quienes nos devolvieron las libertades,  nuestro silencio nos convierte en coautores de una monstruosa aplicación de la “legalidad” impulsada por almas envenenadas por las odiosidades, el resentimiento y la codicia.

 

Nuestros prisioneros políticos, que llenan las mazmorras de la concertación no se merecen el trato que reciben, las calumniosas imputaciones de que son objeto, la abyección con que se les niega un debido proceso, la manera tramposa en que se les aplican legislaciones no vigentes en el país, ni tampoco, el abandono miserable en que les hemos dejado,