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viernes, 29 de octubre de 2010

La agenda perdida, por Sergio Melnick.

La agenda perdida,

por Sergio Melnick.



2010 ha sido un año históricamente notable. La gran crisis de 2009 se esfumó, el Gobierno cambió de mano después de 20 años, un terremoto terrible alteró el curso de todas las cosas, la roja llegó al Mundial, hubo un gran discurso del 21 de mayo, giras maratónicas por el mundo, el Bicentenario, el cura Karadima, la gran odisea de los 33, ahora la muerte de Kirchner... ¡Hasta el Canal 13 cambió de dueño! Es demasiado. Pero el año ya está casi ido. Navidad y año nuevo atraerán las energías que queden después de los mineros y el presupuesto 2011, y luego lo harán las vacaciones. Tampoco cabe descartar que aparezca otro de estos eventos de baja probabilidad y alto impacto que alteran la historia de los países.



En ese contexto, ha sido literalmente imposible administrar una agenda nacional ordenada, e incluso instalar adecuadamente el Gobierno. La hoja de ruta del 21 de mayo se olvidó en el tráfago.



La oposición cambió a sus dirigentes, menos a uno donde no hay mucho donde elegir, y está dedicada a reinventarse, pero con muy poco éxito aún. Los últimos dos gobiernos de la Concertación se movieron sistemáticamente a la izquierda y arrasaron con un millón de votos de la DC, que ahora busca reposicionarse y quizás hasta honrar su noble apellido de “cristiana”. Walker, sin embargo, no parece tener la fuerza necesaria: Orrego le gana en protagonismo, Alvear cala más profundo, el “Gute” sigue roncando, Pizarro es un francotirador. El PS se desperfiló. Andrade aún no muestra la mano y los coqueteos son todos para el PC; parece que Escalona sigue al timón, pero bajo la cubierta. Tohá va a la deriva: trata y trata pero no logra, porque Girardi, pareciera, sigue siendo la figura central, lo que es de muy mal pronóstico. ME-O desapareció sin dejar rastro, pero anuncia su llegada a la presidencial. El PRSD va por ahí soñando con los años 50. Luis Riveros esta semana, en una entrevista de TV, dijo que de sus tres grandes amores de la vida —la Universidad de Chile, la masonería y su país— ya ha presidido dos y sólo le falta uno. Gómez tiritó. El mareo de altura ha existido siempre.



Así, la Concertación trata afanosamente de entender cómo se hace oposición, mal acostumbrada ya a mandar. En ese afán, Piñera le va quitando una a una sus banderas, y además las gestiona con excelencia. ¿Qué le queda? Quizás sólo su pasado. Desafortunadamente para ellos, el juego es de futuro.



En el otro lado, la Coalición por el Cambio se achicó a la Alianza. También debe encontrar su propio equilibrio y manera de gobernar. Hasta aquí, sin embargo, no lo logra bien. Las diferencias emergen una y otra vez, y muchas veces de manera ácida. Piñera debe evitar el error de Bachelet, quien despreció a los partidos por 3 años, y eso le costó muy caro: destrozó a la Concertación, al punto de perder las elecciones.



Cuando la economía va con viento de popa, las urgencias disminuyen, la paciencia aumenta, el invierno molesta menos. Casi todos están contentos, el futuro se ve mejor. Pero eso no basta: la agenda está desordenada. Es el momento de ordenar, porque el período de gobierno es muy corto y el primer año está técnicamente “gastado”.



Navia le advirtió a Piñera que el primer año era crítico para las grandes reformas; después, todo es cuesta arriba. Pero las emergencias se tragaron la agenda de 2010. El año 2011 será entonces crucial y Piñera tendrá un alto capital político para invertir. Para hacer tortillas hay que quebrar los huevos. Debe hacerlo y olvidarse de las encuestas, porque en 2012 ya vienen las municipales y eso hace muy difícil gobernar en Chile. Y para qué hablar después, con la presidencial.



Si yo tuviera que elegir 4 temas, serían los siguientes: reforma seria a la educación superior, verdadero eje del sistema educativo, apoyada con un esfuerzo serio en ciencia y tecnología; descentralización de verdad, incluyendo lo político, lo económico, el proyecto potencia agroalimentaria, y tratar de sacar un millón de personas de Santiago; terminar la batalla final contra la delincuencia; y modernización del aparato estatal de verdad, que incluye hacer más entes autónomos, reducir algunas instituciones, reingeniería de muchas, digitalizar e integrar todo, ventanilla única etc.. De pasadita puede dejar al país iluminado digitalmente, pero eso es bonus track.



No es que el Gobierno no haga nada: hace demasiado. Pero si no se focaliza en algunas “naves madre”, como diría Villegas, la suma de los muchos pocos, aun bien ejecutados, no hará la historia que busca.