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sábado, 16 de octubre de 2010

Simplemente asombroso, por Sergio Melnick.


Simplemente asombroso,

por Sergio Melnick.



Empiezo a escribir esta columna apenas instantes después de que el primer minero llegara finalmente a la superficie. Hemos sido testigos instantáneos, oculares, de una proeza del genio humano; quizás también de un milagro, ¿por qué no? La emoción es inmensa y ahoga. Pero el asombro lo es aún más. ¿Puede todo esto haber sido realmente verdad? Más bien parece un sueño con final feliz. Las reflexiones, entonces, son obligadas y alcanzan demasiados ámbitos.



El primer alcance es acerca de la tecnología. No sólo está la enorme competencia profesional de haberlos encontrado y haber, primero, establecido una línea de vida y, luego, construido un ascensor salido de un libro de ciencia ficción, sino que además está el increíble fenómeno comunicacional. Tuvimos una apreciación literalmente “aumentada” de la realidad, algo que no podríamos jamás haber visto en forma directa. Pudimos, al mismo tiempo, ver llegar al Fénix a las entrañas de la montaña y ver lo que pasaba arriba. Y, como es común en las transmisiones de televisión hoy, teníamos muchas miradas: familias, autoridades, rescatistas, máquinas y todo lo demás. Yo estaba en el norte, en la montaña, en un lugar donde no había televisor, pero lo vi todo igual por internet. Lo vieron cientos o miles de millones de seres humanos en directo. Esa nueva forma de realidad aumentada es completamente nueva en la historia (digamos de las últimas dos décadas). Si alguien aún cree que la Mátrix es pura ficción, se equivoca.



El segundo alcance es acerca del ser humano. Aquí se combinó todo. La voluntad, la nobleza, la adaptabilidad, el dolor, la imperfección, la genialidad, la desgracia. Aparecieron las historias de los anónimos que antes a nadie le interesaban, pero ahora sí. Aparecen de pronto las comparaciones ingratas. ¿Por qué a estos mineros les cambió la vida y a otros que son exactamente iguales no? Aparece la reflexión del destino, también de la justicia esencial. A modo anecdótico, vimos al Presidente dar los mejores y más sinceros abrazos que haya jamás dado, y eso le cambiará la vida para bien. En estos meses, muchos se acordaron de su Dios, que estaba olvidado. Se lloraron lágrimas acumuladas por años. Se hicieron promesas íntimas para ser mejores. El amor y la amistad fluyeron como nunca.



Pero el tráfago de la vida en el siglo 21 es demasiado rápido y abrumador. Este clímax estará olvidado para el verano. Las lecciones estarán mal aprendidas, los errores seguirán igual. El terremoto, que fue aun más grave, ya no está en la agenda de las noticias, salvo por hechos esporádicos. El Bicentenario se desvaneció. La roja de Sudáfrica también se olvidó. La huelga mapuche, que agobió, ya ni se menciona.



El tercer ámbito es la política chilensis. Cuando se presumía la desgracia, las acusaciones volaron por doquier. Los empresarios eran codiciosos; los funcionarios públicos, irresponsables; los gobiernos, incompetentes, y en fin. Todos sacaron las ventajas que pudieron. La mano firme de Piñera fue notable; su foco en la acción y los resultados fue su tono. Y los encontraron. Todo entonces cambió de raíz. Rápidamente todos se alinearon. Los más odiosos se callaron. Las urgencias se juntaron con lo importante. El país estuvo unido, sin odiosidades, con compromiso y resultados maravillosos. Todo fluyó: recursos, talento, decisiones, intenciones, soporte. Codelco fue amado. Parecíamos un país del siglo 21. Es decir, cuando se quiere, se puede, pero ¿por qué se quiere tan poco? ¿Por qué se olvida todo tan pronto?



No cabe duda de que la voluntad y capacidad ejecutiva de Piñera fueron decisivas, que su gabinete era de verdad y que todo eso será merecidamente reconocido en el apoyo en estos meses. Eso mismo entonces gatillará la pugna tradicional, que volverá tan rápido como se fue.



La pregunta es clara: ¿dónde están los hombres y mujeres sabios de Chile?



A propósito del Bicentenario y esta increíble proeza nacional, Piñera, junto a todos los partidos, deben quizás convocar a esos hombres y darles un rol institucional para guiar la partida del camino a los próximos 200 años. Un consejo de sabios, de esos que sí entienden del bien y del mal.



Pero nuestra política, con las debidas excepciones, no es realmente sabia. Es más bien mediocre, está muy desprestigiada. Es demasiado cortoplacista y quizás muy egoísta. Necesita levantar la vista, para que de estas grandes crisis sepamos aprender. Pero, francamente, no estoy optimista, aunque seriamente quisiera equivocarme.