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viernes, 22 de octubre de 2010

El rescate de San José: ¿Una historia perfecta?, por Juan Carlos Altamirano.

El rescate de San José: ¿Una historia perfecta?,
por Juan Carlos Altamirano.

Como sabemos, el recate de los “héroes del Bicentenario” se transformó en un suceso mediático a nivel mundial. Todos los noticieros del planeta lo transmitieron en vivo y directo. Incluso ha sido comparado con la cobertura que obtuvieron el atentado a las Torres Gemelas, la caída del Muro de Berlín o la llegada del hombre a la Luna. Pero, ¿qué atributos tuvo la noticia de los 33 mineros atrapados en la mina San José, en Copiapó, Chile, para transformarse en un suceso mundial?


A mi juicio, fue la capacidad de los medios de hacer de un hecho noticioso una gran historia épica. La cobertura no fue un reality show, como se ha comentado. Más allá del revuelo mediático, no es lo mismo 33 mineros enfrentando la muerte, que un grupo de jóvenes compitiendo en un programa. No obstante, el rescate —desde el punto de vista de la narración informativa— tiene indudablemente aspectos cinematográficos. Son escasas las noticias que contienen todos los ingredientes dramáticos necesarios —y universales— para que los medios puedan transformarlas en una historia heroica. Desde muy temprano, los periodistas y el Gobierno se percataron de esta gran oportunidad.


Para empezar, los rescates desde lugares inhóspitos y claustrofóbicos han sido siempre un tema exitoso en el cine. Producen en el subconsciente colectivo reacciones emocionales fuertes, como el miedo ancestral al encierro. También el rescate de San José contenía un tremendo suspenso, que se prolongó por 69 días, requisito fundamental para una gran historia.


Examinemos esta progresión dramática con más detalles.


La historia se inicia con la noticia de los 33 mineros atrapados bajo tierra, y la desesperación de sus familiares por saber si están vivos. Entonces empieza la lucha contra el tiempo. Cuando la esperanza de encontrarlos está agotándose, se produce el gran milagro. Luego se establece la meta: sacarlos con vida cueste lo que cueste, mandato realizado por el propio Presidente de la República. A continuación se elabora los planes de salvataje y se inicia la confrontación con los elementos. Vemos un despliegue tecnológico de punta, donde las máquinas efrentan la resistencia de la montaña. Presenciamos durante semanas a los mineros, sus familias, a los rescatistas y autoridades, viviendo momentos de angustia y frustración, de alegría y esperanza. Paralelamente, el pequeño campamento ocupado por los familiares termina transformado en una ciudadela internacional. Finalmente, llega el clímax tan esperado: la salida y recibimiento de los “33” sanos y salvos.


También se produce otro requisito esencial para que la noticia se convierta en una historia épica: los protagonistas son personas humildes que se transforman en héroes, luchando contra la adversidad y venciendo sus propias limitaciones humanas. Por otro lado, no puede haber una buena historia sin la presencia del mal. En este caso, representada por los dueños de la mina, las condiciones de trabajo paupérrimas y la pobreza en que viven estas familias. Si a todo esto le agregamos una locación desértica en el fin del mundo, tenemos casi la historia perfecta, con la cual millones de personas pueden identificarse emocionalmente.


No obstante, estos elementos narrativos hubieran fracasado si el Presidente Piñera no hubiera autorizado el uso de las cámaras instaladas al interior de la mina, cuyo objetivo inicial era ayudar a los rescatistas. En definitiva, lo que marca la gran diferencia es que el rescate de San José es registrado paso a paso, on line, desde el interior de la mina, recogiendo las emociones de los protagonistas. Todo ello, gracias a la tecnología audiovisual actual, pero también debido a que es autorizada y promovida la cobertura completa del hecho, cosa que difícilmente ocurre en otras latitudes, por invasión a la privacidad de las víctimas y el riesgo de obstaculizar las tareas de salvataje.


Luego del éxito del rescate y de los gigantescos dividendos que obtienen los medios de comunicación, más el Gobierno y la imagen del país, habría que preguntarse cómo será el desenlace de esta historia para los propios mineros y sus familias. ¿Serán felices para siempre? Lo dudo. No es fácil, incluso para un actor profesional, acostumbrarse a la exposición mediática cuando ésta llega abruptamente. Aun más, son pocos los que no sucumben cuando las luces se apagan y la prensa los abandona. Ser víctima de la fama y aterrizar a la dura realidad puede resultar tan duro y asfixiante como estar nuevamente atrapados. Roguemos para que ése no sea el epílogo de esta gran historia.


(Tomado de Diario La Segunda)