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jueves, 11 de febrero de 2010

La plata de los otros, por Gonzalo Rojas.

Gonzalo Rojas Sánchez, Abogado,Peridista,

Profesor Universitario, formador de juventudes.


La plata de los otros

Gonzalo Rojas


Toda persona de izquierda tiene, entre sus concepciones más básicas, ésta: el dinero de los ricos tiene que llegar a ser dinero del Estado.


Para eso, las medidas que se han tomado en la historia del socialismo —y vaya si tenemos ejemplos en Chile durante el período 1964-1973 y entre los años 1990-2010— han pasado por las cargas tributarias atosigantes, por las requisiciones inducidas y por las expropiaciones con o sin indemnización real.



Los ricos, bajo la mirada de las diversas formas de socialismo, no son los gordos de terno y puro, sino todas las personas que han logrado algún excedente entre sus gastos y sus ingresos. Todos, por definición, han sido sospechosos de plusvalía, ganen lo que ganen. Todos le deben mucho al Estado.


Entonces, cuando sus tributos o bienes —el dinero de los ricos, la plata de los otros— entran efectivamente en las arcas estatales, se comienza a producir una reacción en cadena. La plata ajena, se ha dicho, pasa a ser teóricamente de todos los chilenos; pero ese dinero entra al fisco, y el fisco lo administra el Gobierno, y ese Poder Ejecutivo, tremenda novedad, ha estado en manos de la Concertación durante 20 años, durante 20 ejercicios presupuestarios. Pero el proceso no termina ahí, porque esa coalición obviamente ha estado integrada por funcionarios de carne y hueso e identificados con ella, muchos de los cuales, al parecer, se declararon en estado de necesidad y efectivamente trasladaron hacia sus patrimonios personales enormes sumas del dinero de los otros, de la plata de los ricos.


Así, el dinero de los otros pasó a ser de vosotros. Se hizo por proyectos y por negociados y por coimas. Y fue mucha plata. ¿Cuánta?


Descubiertos algunos, procesados y ya sancionados muchos, aún en fase de investigación otros, liberados por los tecnicismos judiciales unos cuantos, ciertamente quedan muchos nuevos ricos de la Concertación por encontrar. No está de más recordar el caso más sutil: unos sobrecitos con billetitos llegaron por años y mensualmente a importantes personeros, y uno de ellos tiene aún mucho que decir sobre el tema, citado ya para el próximo 3 de marzo.


Es cierto que hubo también quienes terminaron sus tareas en el Estado llevándose activos de otra naturaleza: conocimientos y contactos que pusieron rápido a disposición de los particulares, integrándose a directorios y a redes de lobby. Respecto de ellos, cuánto más hay que pensar y afinar sobre los márgenes y plazos en que pueden darse esas vinculaciones.


Por eso, qué candoroso o simplemente falso resulta oír a ciertos actores de nuestra economía cuando afirman que ya están superadas las visiones irreconciliables entre los diversos agentes económicos. No, no es así, porque subsiste una diferencia básica. Pervivirán en Chile quienes, por una parte, ven en el Estado el legítimo administrador del dinero ajeno con vistas al bien común, y quienes, por otra, lo consideran la caja compensatoria de sus desventuras personales o el fondo disponible para sus proyectos de conquista.


En la Alemania oriental de la Stasi, el control fue completo: era la vida entera de los otros la que pasó a manos de la superconciencia estatal. En el Chile de los socialistas (que conocían bien esa gris Alemania y que recibieron a su dictador con besos y abrazos), hasta hoy el objetivo abierto había sido quedarse con el dinero de los otros, aunque ciertamente se lo estaba usando también para un creciente control cultural y moral de sus vidas.


Ahora, fuera del gobierno, todo será más difícil para los izquierdistas. En buena medida —ya se podrán dar ejemplos— el modo de hacer oposición tendrá que ver con esta perversa relación entre los socialistas y el dinero de los otros.