Egipto, ¿y ahora qué?,
por Cristina Bitar.
Escribo esto en la noche del domingo 30 de enero de 2011, sin saber lo que ocurrirá más tarde en Egipto mientras miles de protestantes guardan valiente vigilia en la plaza Tahrir, El Cairo. Ya van 5 días desde que empezaron a explotar las revueltas sociales que exigen la salida del Presidente —y dictador— Hosni Mubarak, y su régimen aún se sostiene en el poder. Lo que hemos visto en este último tiempo, desde los incidentes desde hace un mes en Túnez hasta lo que ocurre hoy en uno de los países más importantes de Medio Oriente, no nos puede dejar indiferentes.
En primer lugar, tenemos que ser cautos. Es fácil salir con consignas voluntaristas diciendo que la revolución egipcia llevará inevitablemente a un triunfo democrático. Si algo aprendimos de la imprevisible caída del régimen soviético el siglo pasado, y del futuro de cada uno de los países que se han creado a partir de ese suceso, es que la democracia no es un camino obvio ni natural para estados que vienen saliendo de regímenes autoritarios. Es más, podemos decir con bastante confianza que la amenaza de pasar desde una dictadura a otra es cierta, sobre todo si consideramos que entre los opositores a Mubarak se encuentran partidarios al régimen dictatorial de Irán y grupos islamistas extremos. Pero eso tampoco quiere decir que el destino sea aún más negro de lo que hay, y tampoco significa que el único camino de salida para Egipto sea la implementación de un gobierno laico, “a la occidental”.
La “democracia musulmana” ha sido un tema recurrente entre los analistas internacionales. Los ejemplos de Turquía, Malasia, Bangladesh, Indonesia o Pakistán (antes del golpe militar de 1999) nos hablan de democracias en donde partidos de corte islámico moderado (y no “islamistas” o fundamentalistas) han sabido congeniar los elementos culturales-religiosos, junto con crecientes niveles de respeto a los derechos humanos y civiles. Es cierto que ninguno de los países mencionados cumple con un estándar máximo de democracia, pero sí presentan una luz de esperanza para aquellos que creemos que la democracia debe promoverse con respeto a la identidad cultural de cada pueblo.
Por otro lado, para que Egipto salga airoso de esta revolución y pueda llegar a tener el gobierno democrático que a muchos nos gustaría, no puede hacerlo solo. Egipto lleva demasiados años siendo dependiente del apoyo de Estados Unidos y, como tal, para recuperar su autonomía y salir adelante por sí mismo, debe recibir la ayuda de la comunidad internacional. No bastan los buenos deseos manifestados por el Presidente Obama, sino que aún estamos esperando la opinión de la Unión Europea y, por qué no, de la comunidad latinoamericana (alguna experiencia podemos aportar en procesos de transición democrática).
Si Mubarak renuncia —o es obligado a renunciar—, nace la pregunta de quién asumiría el poder. Para el mundo occidental, la carta favorita pareciera ser Mohamed El Baradei, ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica y Premio Nobel de la Paz el 2005. El Baradei cuenta con el apoyo de un buen número de egipcios y es visto por el gobierno de Mubarak como una amenaza. Pero él mismo ha desencantado a los más radicales por su poca decisión en asumir el liderazgo y por sus mismas declaraciones diciendo que él “no es un político”. Lo deseable, entonces, es que si El Baradei —o cualquier otro— está dispuesto a asumir el desafío de llevar a Egipto por un camino democrático, lo haga con el apoyo de los mismos egipcios y bajo una visión más bien moderada e incluyente.
Por último, el caso de Egipto nos obliga a preguntar por el futuro de la paz en Oriente Medio. La dictadura egipcia es un aliado conocido del gobierno de Israel. Varias veces ha defendido las ocupaciones israelitas en la franja de Gaza y ha sido constantemente escéptico con la idea de un Estado Palestino. Con la caída de Mubarak —y con la esperanza de una transición democrática que le siga— el equilibrio político en la zona se modifica y la legítima aspiración palestina se vuelve aún más vigente. Es de esperar que con esta nueva ola de reconocimientos diplomáticos que se están dando en distintas partes del mundo, sumado a las revoluciones que hemos visto en Túnez y Egipto, la paz llegue al conflicto palestino-israelí. De la mano de un proceso de negociación más igualitario entre las partes y que permita la anhelada creación de un Estado Palestino, libre y soberano.