Estoy en El Cairo,
por Cristián Warnken.
Estoy en El Cairo. Voy al lado del millón de egipcios que gritan "que se vaya Mubarak". Nunca he ido a ver las pirámides ni las momias faraónicas, nunca he estado en la calle Fustat, nunca he sentido el frío de enero ni he visto el sol inundar las copas de los árboles de los jardines de Alormán. Pero estoy en El Cairo con el millón que grita muy cerca de mí, en la Plaza Tahrir, a miles de kilómetros de aquí. Jamás las ciudades distantes habían estado tan cerca como ahora. El mundo es hoy un pañuelo, cierro los ojos y abrazo a los que hablan otro idioma que el mío, los reconozco, somos los contemporáneos de una misma época, estamos en las mismas redes invisibles que hoy anulan las distancias y que hacen que no necesite estar físicamente en El Cairo para estar en El Cairo.
Los tiranos y tiranuelos están temblando en todo el mundo. Por eso intentan prohibir o censurar internet, porque saben que las nuevas armas que hoy llevan los ciudadanos en las calles para enfrentar al poder son más eficaces y legítimas que las metralletas y las bombas: son los celulares que diseminan mensajes de texto libertarios o los Twitter y Facebook que dejan de transmitir banalidades y minucias privadas para compartir la información relevante que muchas veces ocultan los medios pauteados por el poder.
Ya no son necesarios los partidos ni las guerrillas ni las "vanguardias" que durante mucho tiempo hicieron de intermediarios, pero que después terminaron por controlar y desvirtuar tantos genuinos movimientos de liberación en el mundo. Ellos también tienen contadas sus horas, porque los ciudadanos de a pie no los necesitan ya como punta de lanza de nada. Cada ciudadano hoy en el mundo puede ser protagonista de su propia historia, en la calle y en conexión inalámbrica con otros. WikiLeaks ya había sido el primer indicio potente de que el mundo cambió definitivamente; las protestas de El Cairo son la otra cara de la misma moneda. Mubarak se dio cuenta tarde de esto y ordenó el corte total de los servicios de internet y telefonía móvil. En China, se les bloqueó a los usuarios el acceso al término "Egipto", en una medida torpe y desesperada que deja ver que el mismo régimen totalitario que aplastó la revuelta de Tiananmen también es hoy un gigante con pies de barro. La mentira institucionalizada comienza a volverse insostenible: la Iglesia Católica es la primera que lo aprendió, a raíz de los casos de pedofilia.
"La verdad os hará libres", dijo Jesús hace dos mil años. Hoy, el aserto evangélico opera como disolvente mágico y virtual de las máscaras y los muros en las pantallas de nuestros computadores personales. En Chile también nos ha tocado ver hace poco cómo una opinión pública activa y conectada puede hacer retroceder a las autoridades en sus decisiones tomadas entre cuatro paredes. Las batallas por Vitacura y el Parque Forestal demostraron que los alcaldes ya no son los reyes absolutistas que fueron. A propósito de una columna escrita por mí en esta página editorial, el alcalde de Santiago, molesto por mis juicios, decía que antes de escribir mi texto yo debiera haberlo llamado por teléfono. Ese juicio es muy revelador de cómo la clase política cree que hoy se puede manejar los medios y a los periodistas: con un telefonazo. En primer lugar, un columnista no tiene ni debe llamar jamás a una autoridad cuando escribe su columna; en segundo lugar, el teléfono aparece hoy como un medio arcaico, casi de las cavernas al lado de las redes virtuales en las que los ciudadanos navegamos buscando la verdad cuando ella está escondida o censurada en la prensa o la televisión. Los millones que hoy copan las calles de El Cairo así lo demuestran.
Una lección para los medios de comunicación: si ignoran esta nueva realidad, serán los dinosaurios de esta nueva época; si abren las compuertas, serán parte de un futuro que recién comienza.