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viernes, 11 de febrero de 2011

El dilema de la refundación concertacionista, por Gonzalo Müller.


El dilema de la refundación concertacionista,

por Gonzalo Müller.



El receso parlamentario ha sido campo fértil para las especulaciones sobre una refundación de la actual Concertación, como una manera de romper la inercia y la falta de un proyecto común de futuro.



Ante la derrota y el desgaste de 20 años de coalición, la refundación aparece como una solución correcta en la medida en que se hace cargo de corregir los vicios y el agotamiento que los cuatro gobiernos de la Concertación fueron acumulando y que terminaron por afectar su capacidad de convocar y retener a la ciudadanía y a sus propios dirigentes.



La Concertación del pasado contaba con una gran meta social de amplia repercusión, como lo era la reconstrucción de la democracia: Este imperativo político y moral era, además, comandado por una generación transversal de dirigentes que sentía que este proyecto era parte de sus propios proyectos de vida. La mezcla de una meta clara y convocante y una generación de dirigentes que se sentía llamada a cumplirla explican en gran medida el éxito político del conglomerado y sus gobiernos, pero asimismo son la semilla de su derrota.



En la medida en que la meta de recuperación de la democracia se cumplió, y la generación bisagra y transversal fue perdiendo protagonismo, la Concertación empezó a sufrir un acelerado desgaste marcado por la desafección, primero ciudadana, que la llevó a perder la mayoría social y política que había detentado por 20 años y, finalmente, a perder el poder.



La refundación aparece como una buena idea a la luz de las encuestas, que marcan un nivel de rechazo histórico superior al 58% de la ciudadanía, lo que ha llevado a pensar incluso en cambiarle el nombre a esta nueva coalición que nazca de las cenizas concertacionistas. Pero antes de apurarse en darla por muerta se debe revisar con qué se cuenta para iniciar una nueva.



A la luz de las discusiones preliminares, no aparece ese gran proyecto común que convoque y discipline a los partidos y a sus dirigentes; poco se ha debatido sobre las causas de fondo de la derrota como para que exista un consenso mínimo sobre el cual construir; basta ver las divisiones que generaron las discusiones entre los ex ministros Vidal y Velasco.



Además, la nueva generación que comienza a hacerse cargo, la de Orrego, Tohá y Lagos Weber, es una que no se crió como la anterior en el rigor, en el sacrificio, sino que su desarrollo político se produjo en el poder, con todas sus ventajas y prerrogativas. Son hijos de la abundancia y su transversalidad está marcada por esto.


Pero en su propia generación han irrumpido, también, otros liderazgos más críticos del acomodo de la Concertación al modelo económico del país, y que ven con menos orgullo la transición, en cuanto sienten que fue demasiado pactada y negociada. Estos son los díscolos de antes y los verdaderos promotores de un nuevo orden dentro de la coalición opositora.



La refundación o renovación es siempre un camino de largo plazo, y es aquí donde está el verdadero problema de llevarla a cabo. No todos los actores están dispuestos a emprender un camino largo como éste y, quizás más importante, no todos lo necesitan. Los liderazgos que trascienden la marca Concertación, como los ex presidentes Bachelet o Lagos, son estímulos muy fuertes a que no exista verdadera refundación, sino una evolución del actual orden de poder dentro de la coalición.



Los que verdaderamente necesitan de la refundación son aquellos liderazgos como Lagos Weber, Orrego o Tohá, con pretensión presidencial y que no son capaces todavía de despegar en el apoyo ciudadano; ellos requieren una base más sólida y ordenada de apoyo, como también aquellos que de mantenerse la estructura de poder nunca tendrían siquiera la oportunidad, como los senadores Rossi, Gómez o Girardi.