Promocione esta página...

jueves, 10 de febrero de 2011

Girardi y Larraín, ¿simétricos?, por Gonzalo Rojas Sánchez.


Girardi y Larraín, ¿simétricos?,

por Gonzalo Rojas Sánchez.



Los senadores Guido Girardi y Carlos Larraín (aún en barbecho) anuncian voluntades similares de acción pública para los próximos años. Girardi habla de un movimiento ciudadano, mientras que Larraín se refiere a la necesidad de fortalecer la sociedad.

Ubicados en las antípodas del pensamiento social, su coincidencia es sólo aparente.

La experiencia indica que la izquierda chilena -a la que pertenece Girardi, por ideología y por trayectoria- cuando habla de movimientos sociales lo que promueve es algo muy concreto: el afán de los partidos de la Concertación por controlar la mayor cantidad posible de cuerpos intermedios, poniéndolos al servicio de sus intereses. Mientras esos partidos estuvieron en el poder, utilizaron a los gremios para generarles demandas a sus gobiernos y a sus parlamentarios, las que, una vez satisfechas, reforzaban los vínculos entre ambas partes. No faltaron incluso los díscolos que usaron a los gremios para correr más y más las fronteras de lo exigible, obligando a la propia Concertación a moverse hacia posiciones extremas. Girardi ha sido un especialista en estas maniobras.

Ahora, en la oposición, se acentúa la tendencia concertacionista a utilizar a las directivas sociales y a las diversas ONG (creadas y financiadas al calor de la propia Concertación) con el fin de darles aires nuevos a unos partidos sin figuras carismáticas ni militancias activas.

La convocatoria a un acto político-social para el 8 de marzo es una señal clara y coherente: vamos a recuperar -se lo propone Girardi- todas esas fuerzas sociales, esos gremios, para movilizarlos y vitalizar a los partidos; no creemos en su autonomía; buscamos su fuerza, sus activos; queremos potenciar a nuestro favor sus anhelos, sus quejas; dentro de esas organizaciones, ya tenemos instalados a los dirigentes suficientes como para alinearlas en un arco opositor; además, eso nos vincula con las fórmulas que utiliza habitualmente el PC, al que tanto deseamos como aliado electoral.

Es un propósito, en la izquierda, tan antiguo como el hilo negro: algo así como llenar la camiseta del partido del mayor número posible de avisos publicitarios de los gremios vinculados.

Muy diferente parece ser el planteamiento de Carlos Larraín. Distinto y muy sensato, porque empalma directamente con toda la construcción teórica y práctica que se formuló desde septiembre de 1973 y en la que fue decisivo Jaime Guzmán: la sociedad es un todo articulado por muchos grupos legítimos en los que se ejercen las autonomías sociales y desde los cuales se expresa la riqueza de los variados intereses y necesidades, debidamente respetados y estimulados por el Estado subsidiario.

Lo que Larraín ha entendido muy bien es que un sector importante de los seguidores de Guzmán ha ido cambiando la mirada, enfocándola mucho más en los éxitos electorales nacionales -a veces a precios altísimos-, pero descuidando la formación de dirigentes sociales que -gremio a gremio- pudiesen consolidar los estilos de trabajo planteados por el fundador de la UDI. Por eso, no deja de ser casi una broma que a muchos de esos políticos la prensa los siga llamando gremialistas. Les queda un vuelito, ciertamente, pero no son personas que en materia electoral estén empeñadas en limpiar el Colegio de Profesores o la Fenats. Están enfocados, casi exclusivamente, en las próximas municipales, presidenciales y parlamentarias.

Subsiste, eso sí, una duda: ¿entiende bien Carlos Larraín la imprescindible necesidad de mantener autónomos a los cuerpos intermedios? Ojalá que sí, porque un error en esta materia haría su proyecto tristemente simétrico del de Girardi.