por Karin Ebensperger.
Es inevitable reflexionar acerca de los objetivos que pudieron tener en mente los miembros de la Academia Sueca al otorgar el Premio Nobel de la Paz a Barack Obama. Tal vez quisieron incentivar cierta actitud de parte de quien ostenta el cargo más influyente del mundo, más que premiar un legado.
Porque es evidente que el Presidente de EE.UU. aún no tiene una trayectoria que calce con lo que el propio inventor sueco Alfred Nobel dejó establecido en su testamento, de premiar "a la persona que haya trabajado más por la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la promoción de procesos de paz".
Tras dos horribles guerras mundiales, el orden internacional que introdujo la Carta de la Naciones Unidas en 1945 tenía el propósito de asegurar un ejercicio organizado del poder, en un sistema que imponía ciertas reglas como el respeto a la soberanía e integridad de los estados.
Ante una amenaza a la paz, el Consejo de Seguridad definía una respuesta militar según procedimientos acordados. Y aunque muy a menudo no se respetó y se abusó del veto, al menos se coincidía en sus postulados. Si un país aplicaba la fuerza debía dar explicaciones al resto de la comunidad internacional, y responder por el trato a los civiles.
Estamos viviendo una época en que la unidad de criterios que existía durante la Guerra Fría se terminó. La supremacía de Washington dentro de la Alianza estaba legitimada por los países europeos, porque el fin superior era impedir el expansionismo soviético antes de la caída del Muro de Berlín.
Pero después del atentado a las Torres Gemelas, el ex Presidente George W. Bush instauró nuevos principios que, en resumen, ponen la defensa de los intereses de EE.UU. en cualquier parte del mundo por sobre las obligaciones multilaterales, y lo autoriza a ejercer la guerra preventiva, es decir, a atacar por sospecha.
Michael Glennon escribe que Irak significó el "fin de la experiencia de tratar de someter el uso de la fuerza al imperio de la ley" (revista Foreign Affairs, mayo-junio 2003). En definitiva, lo que muchos europeos critican de la nueva doctrina de EE.UU. no es su derecho a la legítima defensa frente al terrorismo, sino la búsqueda de su hegemonía a cualquier costo. De algún modo, EE.UU. en la era Bush cambió de lógica, dejando de lado el multilateralismo que representaban la ONU, la Alianza Atlántica y el imperio del Derecho Internacional.
Tal vez la Academia Sueca quiere sugerir al Presidente Obama que se inspire más en Kant que en Hobbes, más en construir la paz que en dividir al mundo entre amigos y enemigos. Quizás eso es lo que busca...o no se puede entender que le otorgue el Nobel de la Paz a quien, hasta el momento, no ha mostrado con acciones eficaces cuál es su relación concreta con la paz internacional.