La clasificación de la Selección nacional al Mundial de Sudáfrica ha sido una alegría que hemos compartido todos los chilenos: el triunfo como visita en Colombia fue el broche de oro de una campaña exitosa en que vimos partidos excepcionales. En un año en que la crisis económica trajo dificultades a muchos hogares, el fútbol fue un consuelo que les hizo más dulces las penas a miles de chilenos. Pero a diferencia de otros triunfos deportivos, particularmente de otras selecciones que también han clasificado para otros mundiales, esta vez flota en el aire que algo ha sido diferente, algo que va más allá del fútbol. Esa diferencia la ha puesto Marcelo Bielsa, un entrenador que ha calado hondo en el alma nacional, un argentino que con sencillez, hasta con humildad —contradiciendo la caricatura que solemos hacernos de los trasandinos—, nos ha mostrado varias cosas que haríamos bien en extrapolar a muchas otras actividades.
La más importante es la actitud que imprimió al equipo. Bielsa juega para ganar, no se achica ante nadie. Si va a Brasil de visita, va a ganarles a los brasileños. Nada de empates, ni menos de triunfos morales. Si en Sudáfrica nos tocara un grupo con Alemania, Italia y Brasil (para los expertos en fútbol, aclaro que sé que ello no es posible en primera ronda), Bielsa no sacaría la cuenta de las posibilidades que tiene de ser el “mejor tercero”: iría a ganar el grupo, pero de verdad. El sabe que si se hace el trabajo a conciencia, se le puede ganar a cualquiera. Lo suyo no son sueños ni falta de realismo. Al contrario, les demostró a los chilenos que a nivel sudamericano no somos malos, que somos capaces de estar entre los mejores, que podemos jugarle de igual a igual a cualquiera que se nos ponga al frente.
Otros lo han dicho ya: Bielsa confió en los jóvenes. Hizo una renovación total del fútbol chileno. Fue capaz de ponerse por encima de cualquier interés, no le tembló la mano para dejar en la banca al que consideró necesario sacar de la cancha. Se ganó el respeto de los jugadores y todos terminaron aceptando disciplinadamente lo que él decidía. Cuántas actividades mejorarían si fuéramos capaces de hacer esa renovación y les diéramos espacio a los jóvenes, pero espacios de verdad. Ministros o gerentes generales de 30 años o menos.
En tercer lugar, quiero destacar la firmeza de sus convicciones. En las buenas y en las malas se mantuvo firme. Siempre tuvo claro lo que estaba haciendo y en el triunfo y la derrota siguió fiel a su concepto. Recuerdo una derrota con Brasil en Santiago en la que se levantaron voces diciendo que a ese país no se le puede jugar al ataque, porque se dejan muchos espacios, porque Brasil en el contraataque es letal, etc. Pero también recuerdo que cada vez que perdimos con Bielsa me dolió menos que otras veces, en que salíamos “arratonados” y perdíamos igual. Bielsa no discutió con nadie, nada de polémicas. Silencio y trabajo. Esa fue su respuesta.
Cerremos los ojos y pensemos por un momento en un Chile que de verdad quiere ser un país desarrollado, que se compara con Nueva Zelandia o con Corea y que les quiere ganar, para lo que está dispuesto a hacer lo que hay que hacer, sin complejos ideológicos, sin discusiones bizantinas. Un Chile al ataque: con flexibilidad laboral de verdad, con un Estado eficiente, descentralizado, sin estatutos que lo hacen rígido e ineficiente, con muchas empresas que salen al mundo a competir en países desarrollados. Se puede, Bielsa nos mostró que se puede.